Era un antiguo pabellón de caza enclavado en medio del campo. Según nos contaron los arquitectos que la remodelaron, la construcción, como muchas de las de su género, tenía los techos bajos, luz escasa y unos interiores compartimentados y angostos.

Una transformación a medida de sus dueños, padres de tres hijos pequeños y amantes de una decoración limpia y ligera. Una preferencia que opta por conservar lo mejor del pasado (los muros exteriores) y rodearse al mismo tiempo de unos interiores actualísimos, despejados, prácticos y decididamente urbanos. Una muestra clarísima: mientras el porche cubre su suelo con grandes baldosas de piedra, nada más traspasar la puerta es la madera la encargada de tal función. Una tarima clara, de lamas anchas, perfectamente entonada con las paredes color crema pastelera y el delicado fresno nórdico de las sillas danesas del comedor.

Exteriores rústicos perfectamente remozados y con un porche espléndido. Y unos interiores de arquitectura impecable, ordenados, claros y leves sobre no podemos evitar destacar dos cosas. Primero, la sucesión de espacios salón-comedor-cocina. Se trata de un todo continuo y, al mismo tiempo, de tres ambientes que pueden aislarse. La solución: esas puertas correderas de aluminio con cuarterones de cristal al ácido, ligerísimas, que remiten directamente a los evanescentes paneles de papel de arroz de los interiores japoneses. Y atención a los techos de lamas de madera y vigas pintadas de blanco que amplían la ya muy considerable altura y de paso “recuerdan”, sin agobiar ni pesar lo más mínimo, la situación de la casa en pleno campo y la sólida presencia de sus muros de piedra inequívocamente rústicos.

El mobiliario, en su mayor parte, está hecho a medida de las dimensiones tan amplias (a lo ancho y a lo alto) de los espacios. Los sofás son XXL, como lo es el puf blanco, proporcionados a la doble mesa y a la chimenea empotrada en la piedra.

El tono de muebles, tapicerías y complementos se mueve en la gama de los beis llegando en ocasiones puntuales al marrón para subrayar algunas piezas (los sofás en el salón, el cabecero en el dormitorio principal). Una elección pensada para conseguir ligereza y levedad, casi casi transparencia. Tan solo una excepción: el rosa vibrante de la habitación de la niña. Pero como todos sabemos, la excepción confirma la regla.