El principal riesgo de una cocina de color es el cansancio visual. “Si te dejas llevar por tendencias muy marcadas, puede que en un par de años te parezca anticuada”, advierte Paula. Y es cierto: lo que hoy parece original y rompedor, mañana puede verse pasado de moda. Pero eso no significa que haya que renunciar al color, solo que hay que usarlo con cabeza. Una buena solución es optar por tonalidades atemporales o más suaves, como verdes apagados, azul grisáceo o beige cálido, que no saturen y sigan funcionando aunque cambies el resto de la decoración.
También puedes reservar el color para partes más fáciles de renovar: una isla, las baldas abiertas, o incluso las puertas de algunos módulos, mientras que el resto de la cocina se mantiene en tonos neutros.
En cuanto a los papeles pintados, si te gusta la idea de incluirlos, mejor elegir estampados discretos o tonos coordinados con el mobiliario, en lugar de meter mucho contraste. O, directamente, limitar el papel a una sola pared o rincón, como un office o zona de desayuno. De esta forma, la cocina gana estilo sin volverse excesiva. El color, bien usado, no cansa: alegra.