Quien tiene un pueblo, tiene un tesoro. O eso dicen. El pueblo siempre ha sido una vía de escape y de desconexión para aquellas personas acostumbradas a vivir entre el bullicio de una gran ciudad. Más aún cuando nos instalamos en esa casita antigua de nuestros abuelos que, aunque hayan pasado años y años por ella, sigue siendo ese lugar que tanta nostalgia nos despierta. Este tipo de hogares de antaño, se identifican muy bien gracias a todas las características que comparten entre sí.
La interiorista Isabella Breukers, que retrata con ironía y ternura el interiorismo cotidiano en sus vídeos de TikTok, lo ha dejado claro en uno de sus clips más virales: "En las casas de pueblo, o de yaya española, las paredes son gruesas. No se escucha ni pío". Y esa afirmación es solo el punto de partida para una radiografía aguda y melancólica de este tipo de viviendas tan nuestras, tan reconocibles y, al mismo tiempo, tan olvidadas en las tendencias actuales.
Estas casas, según explica Breukers, no entienden de espacios abiertos ni de minimalismo. Son casas de verdad. Con habitaciones de distintos colores o esos muebles de madera maciza imposibles de mover. Un universo que puede resultar anacrónico, pero que guarda un sentido práctico, estructural y emocional muy poderoso. No es tanto una crítica como una reivindicación encubierta: en tiempos de minimalismo y espacios diáfanos, ella pone el foco en aquello que sigue funcionando. Y lo hace sin filtros ni adornos.
Paredes gruesas que lo cambian todo
Uno de los elementos que más destaca Isabella Breukers en su vídeo, es el grosor de las paredes en estas viviendas. Aunque lo menciona en tono informal, en realidad, está señalando una de las grandes ventajas de la arquitectura tradicional española: la insonorización natural y el aislamiento térmico. Estas paredes, muchas veces de mampostería o ladrillo macizo, tienen un espesor que ronda los 40 o incluso 60 centímetros, lo que no solo protege del ruido entre estancias, sino que ayuda a mantener una temperatura estable durante todo el año.
En verano, esas paredes actúan como un amortiguador térmico: la casa permanece fresca incluso en las horas de más calor. En invierno, retienen el calor interior durante más tiempo, reduciendo la necesidad de calefacción constante. Es un diseño pasivo, anterior a la eficiencia energética como concepto moderno, pero que cumple su función con sorprendente eficacia.

El Mueble
Y luego está el silencio. En un mundo donde el ruido forma parte del día a día, estas casas ofrecen una especie de burbuja sonora. "Cada espacio tiene su habitáculo", dice la interiorista. Nada de cocinas abiertas al salón ni dormitorios expuestos al bullicio de la casa. Aquí, cada cosa tiene su sitio, y cada habitación, su propio clima acústico y emocional.
Otras características propias de las casitas de pueblo
Más allá de las paredes, la descripción que hace Isabella Breukers de las casas de pueblo podría formar parte de cualquier memoria colectiva española. Es una lista de detalles que todos hemos visto alguna vez, ya sea en la casa de nuestros abuelos, de algún amigo del colegio o en aquella vivienda de vacaciones que parecía detenida en el tiempo. Para empezar, los colores: cada habitación suele estar pintada en un tono distinto, siempre dentro de una gama pastel: amarillos, verdes, cremas... Si no, toda la casa puede tener una sola tonalidad suave y envolvente. Nada de blanco nuclear ni paredes vacías.

El Mueble
Luego está el gotelé, ese acabado en relieve que aparece casi por defecto en estas construcciones: "el bendito gotelé nos persigue en todas sus formas y presentaciones", dice. También lo hace el suelo, de terrazo o baldosas hidráulicas, una maravilla estética que, paradójicamente, suele estar cubierta por alfombras. "Normalmente la yaya o el yayo las tapan", apunta con humor, aunque el patrón de las baldosas escondidas sigue brillando cuando uno se fija.
La cocina y los dormitorios, estancias que viajan al pasado

El Mueble
La cocina, casi un viaje al pasado, sigue funcionando con hornillas de gas y muebles de madera que parecen imposibles de mover. Los armarios macizos, tan pesados como inmortales, están acompañados por estanterías con vitrinas donde se almacenan vajillas "que no se usan jamás". Un tipo de mobiliario que define el alma de estas casas: piezas funcionales, robustas y llenas de historia.
Y en los dormitorios, nada de edredones nórdicos: lo que hay son mantas y cobijas de lana gruesas, de esas que pesan como si te abrazaran toda la noche. No hay espuma viscoelástica ni fibras técnicas. Solo peso, calor y tradición.
Lejos de querer modernizarlas a toda costa, la interiorista parece invitarnos a mirar estas casas de pueblo con otros ojos, a entender su lógica, sus ventajas y su singular belleza. Porque tal vez no tengan espacios abiertos ni cocinas de diseño, pero conservan algo que muchas casas nuevas aún persiguen: carácter, memoria y una forma muy tradicional y nostálgica de vivirlas.
Si quieres estar al día de todo lo que publicamos en www.elmueble.com, suscríbete a nuestra newsletter.
¡Contenido exclusivo! Hazte con la guía gratuita para elegir las cortinas y estores que mejor combinen con la decoración de tu casa. ¡Descárgala ahora gratis!