Salón: gana el máximo bienestar con la luz

Carolina González Miranda

Periodista especializada en decoración. Directora adjunta de El Mueble

Actualizado a 24 de septiembre de 2021, 12:26

El salón es una de las estancias de la casa en las que pasamos más tiempo, solos o en compañía de la familia y los amigos, en agradables sobremesas o relajándonos al final del día. En un espacio tan versátil, confort y practicidad deben ir de la mano con la estética, sin olvidar el factor salud. Y si hay un elemento que determina por encima de todos que el espacio sea sano y agradable es la calidad de la luz, tanto natural como artificial.

Deja pasar la luz

Dichos populares como “donde entra el sol, no entra la enfermedad” o “donde entra el sol, no entra el doctor”, ponen de manifiesto que el sol es fuente de salud. La luz del sol fortalece el sistema inmunitario, permite sintetizar vitamina D, ayuda a mantener los huesos en plena forma, sube el ánimo, potencia el optimismo, previene la apatía y la depresión. Por ello y para potenciar la salud, se aconseja diseñar la distribución del salón en función de las entradas de luz natural al máximo de espacio. Conviene prever las zonas más cercanas a los ventanales para ubicar el sofá y las butacas, para aprovechar al máximo la luz natural durante el día, y distribuir adecuadamente los muebles –como estanterías y alacenas- de modo que permitan el paso de la luz a toda la estancia.

Que el color juegue a tu favor

A través del color de las paredes se puede potenciar la luminosidad; el blanco, el amarillo o los colores muy claros son excelentes apuestas para salones con poca luz natural, como es el caso de aquellos que están orientados al norte.

Para los salones con mucha insolación, un cristal doble o triple puede ser una buena elección, ya que además de sus propiedades como insonorización acústica, dejan pasar la luz reduciendo la cantidad de calor en el interior, sin que se note una disminución de la entrada de luz al interior. Hay que considerar que los cristales teñidos, de color o con tonos oscuros, actúan filtrando la luz y reduciendo la luminosidad en el interior, por lo que pueden crear ambientes desvitalizados.

Viste tus ventanas

Vestir las ventanas con tejidos livianos que tamicen la luz, pero que no impidan su entrada, es la mejor opción para gozar de luz natural. Para las estaciones muy cálidas, y especialmente para los ventanales orientados al sur y al oeste-, un tendal, toldos, voladizos, celosías o un sistema de doble cortina -una de ellas más tupida-, serán buenas opciones.

Organiza la luz artificial

Combina una iluminación general con puntos de luz en la zona de butacas o de la mesa. Para la iluminación general, las bombillas halógenas de rosca –van directamente a la red a 220V- son una buena opción; evita las halógenas con transformador ya que consumen mucha energía y son fuente de campos electromagnéticos nada favorables para la salud. Los sistemas de led también constituyen una opción favorable, además de ser muy eficientes energéticamente. Las bombillas de bajo consumo también son interesantes porque nos permiten ahorrar en la factura de la luz, pero muestran algunos inconvenientes para la salud. En su interior poseen gas de mercurio que en caso de rotura pasa al aire, y si se inhala, resulta tóxico. También suelen ser una fuente de campos electromagnéticos, por lo que las lámparas con bombillas de bajo consumo, se aconseja ubicarlas a metro y medio de distancia de las butacas y lugares más concurridos por la familia.

Especialmente para la butaca de lectura o para realizar labores y manualidades, se aconseja una lámpara con bombilla de espectro completo, que es la que más se asemeja a la luz natural del sol, y resulta muy favorable desde el punto de vista de la salud.

Consigue el máximo confort

¿Por qué la luz solar nos resulta agradable y en cambio solemos sentir molestias al exponernos mucho tiempo a la luz artificial? Nuestra evolución como especie explica la razón y nos invita a buscar sistemas de iluminación más afines a nuestra biología. Es lo que se denomina confort lumínico.

Nuestro sistema biológico, además de fotosensible, es fotodependiente, puesto que para realizar determinadas funciones vitales precisa de la información que le llega a través de las ondas electromagnéticas de la luz. Nuestro reloj interno se programa en función de los ciclos naturales de la luz solar; en definitiva, la luz del sol es imprescindible para la vida, y muy beneficiosa para nuestro sistema biológico, ya que nos aporta optimismo, bienestar y mucha salud.

El ojo humano ha evolucionado y se ha adaptado durante miles o millones de años a las condiciones de luz a las que ha estado expuesto, de ahí su gran versatilidad y capacidad para ver bien en condiciones tan extremadamente opuestas como son los 100.000 lux de intensidad lumínica de un día claro a pleno sol, o los 0,1 lux de una noche de luna llena. Ser conscientes de nuestro proceso de adaptación evolutiva como especie es clave para entender cómo nos influye la luz natural o la artificial y por qué nos sentimos mejor en ambientes con una luz adecuada o por qué notamos cierto malestar en ambientes mal iluminados, ya sea por carencia o exceso de luz o por alteración cromática aberrante.
La luz solar visible por el ojo humano integra un amplio espectro de ondas electromagnéticas que van desde los 380 nanómetros del violeta hasta los 780 nanómetros del rojo. Entre estos dos extremos hay una amplísima gama de frecuencias y tonos cromáticos que apreciamos al dispersar la luz blanca en un prisma o que nos maravilla al ver el arco iris –al pasar la luz solar por las gotitas en suspensión-. El verde, con 550 nanómetros, se sitúa en el centro cromático visual.

Otro aspecto importante es la intensidad de la luz natural del sol, que varía a lo largo del día, siendo más brillante e intensa al mediodía y más ténue al amanecer y al atardecer. En el sol de la mañana predominana los tonos azules –la luz es más azul y difumina o aplana las formas–, en la luz solar del mediodía predominan los verdes –el color dominante de las plantas y la vegetación– y la luz de la tarde pasa del predominio del amarillo al naranja, al atardecer, y al rojo, al oscurecer. Este fenómeno convendrá tenerlo en cuenta al iluminar artificialmente un espacio, ya que para el cerebro esas variaciones cromáticas son las que el ojo espera “ver” a lo largo del día, mientras que por la noche siempre hemos estado a oscuras o iluminados por hogueras, candiles de aceite o velas, en cuya luz dominan los rojos, rayando el infrarrojo (brasas).

Muchos de los problemas que se asocian con la iluminación artificial están relacionados con el alejamiento de los parámetros de luz natural a los que hemos ido adaptándonos a lo largo de la evolución, ya que en pocas décadas, debido a las lámparas eléctricas, los espacios habitados han pasado a ser iluminados con toda clase de luces artificiales, con espectros elecromagnéticos, intensidades y tonos cromáticos muy alejados de la luz natural del sol, que engañan al cerebro y propician serios desajustes de los ciclos circadianos* de la actividad biológica y hormonal, hasta el punto de provocar trastornos psíquicos y físicos.

En los últimos años se han realizado diversas investigaciones que relacionan con este factor trastornos muy corrientes como alteraciones del sueño, síntomas depresivos y dificultades de aprendizaje. En vista de estos resultados, algunas empresas están desarrollando sistemas de iluminación que no emiten una luz fija, sino que imitan las variaciones de intensidad y gama cromática de la luz natural a lo largo del día.

Ahora tendrás más en cuenta como iluminas tu casa, ¿verdad? ¡Cuéntanos qué piensas hacer al respecto en los Comentarios de este artículo! ¡Gracias!

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