Fue un día cualquiera, después de un largo paseo por el lago que se extiende a los pies del jardín, cuando la propietaria comentó con su amiga, la decoradora Leticia Marín, que a su casa le faltaba algo, un duende especial, y que necesitaba abrirla, que respirase tanto por dentro como de cara afuera... Trataron de imaginar soluciones y por fin decidieron llamar a Pablo Álvarez de Lara, del estudio de arquitectura P.Alps.
Entusiasmado, emprendió una singular rehabilitación con la que la casa ha adquirido esa pátina, que solo el paso del tiempo sabe dar, como si hubiese estado allí desde siempre, a pesar de que no tenía más de una década. Las sugerencias de la propietaria y la profesionalidad del arquitecto dieron sus frutos. Todos estuvieron de acuerdo que lo mejor era levantar una planta en el centro de la edificación original que tuviera forma de “T”. Esto implicaba dar una escala mayor a puertas y ventanas para que guardasen una proporción más armónica con la altura de la casa. Y en esta nueva segunda planta se consiguió dar forma a una zona independiente.
“Me encantó la idea de un apartamento privado para la familia, con salón, dormitorio, vestidor, baño e incluso una pequeña cocina oculta en un armario–añade la propietaria–. Era una idea perfecta no solo porque ganábamos espacio, sino porque se podían contemplar las vistas, que son un auténtico capricho: por un lado, el lago, y por el otro, el pico Almanzor, la cumbre más elevada de la escarpada sierra de Gredos”.
Esta nueva planta se diseñó con un hall distribuidor, en el que desemboca la escalera, iluminado por una amplia claraboya. “Quisimos que tuviera estructura de loft, en el que se van sucediendo distintos espacios a lo largo de unos 100 m2: un cómodo dormitorio con dos grandes balcones que nos regalan vistas, un salón con una chimenea, un despacho y un baño radiante de luz. El suelo de tarima de roble claro, de lama ancha, bajo el techo a dos aguas pintado de blanco-roto, como las paredes, son el envoltorio que unifica y viste de calidez a todo. “Me encanta el resultado”, nos dice la propietaria, quien decidió esa mezcla perfecta de muebles de época y modernos. “Un escritorio mallorquín antiguo en el dormitorio o un armario del siglo XIX, pintado de blanco a la cal, con un gran espejo en la puerta, que preside la entrada, butaquitas clásicas, combinados con elementos modernos como el mobiliario del cuarto de baño o el uso de estantes de obra como espacio de almacenamiento”.
Pero también quisieron dar protagonismo absoluto al jardín y a su entorno. “Intentamos que el jardín de la casa integrado en el paisaje tuviese esa absoluta sensación de continuidad, sin límites con el campo agreste. Por eso, –nos cuenta la propietaria–, el porche es un auténtico deleite. Sentarse cómodamente bajo él y poder observar cómo rebrota la naturaleza o como centellean las estrellas”. “El porche encierra la rusticidad propia de una casa de campo con toda la viguería vista y esas columnas antiguas y recias, pero, como espacio intermedio entre interior y exterior, introduce matices presentes también dentro de la vivienda, como el tratamiento de pintura en vigas y techo. O las losetas de hormigón pulido que enmarcan las baldosas de gravilla y que también han sido utilizadas en el suelo de la casa.
Pero no solo se añadió una segunda planta a la casa sino que también se aprovechó para transformar la imagen de la planta baja. “Las modificaciones más importantes –señala el arquitecto– consistieron en dar forma al vestíbulo y comunicarlo con puertas acristaladas al salón, y crear una escalera de acceso a la segunda planta”. Es una escalera escultórica, escondida en el salón, casi de caracol con una sinuosa curva, y que está iluminada por un lucernario abierto justo sobre su desembocadura. Esta solución aporta un efecto lumínico muy especial y único en esa zona del salón. Pero el estar tiene también otra protagonista: la chimenea. “Como no podía ser de otra manera en un clima de inviernos fríos. La casa es acogedora, con alma, y he querido que la decoración potenciase la luz y resultase muy funcional”, comenta el arquitecto, que trabajó con Leticia Marín para elegir acabados, colores y materiales. El techo a dos aguas, con vigas vistas, da mucho juego al salón, y para reforzarlo como elemento decorativo, las principales vigas que lo sustentan se pintaron de un tono más oscuro, un color topo que contrasta con la blancura del resto de los ambientes. Este mismo contraste de tonos es el que ofrecen los tejidos de los tapizados y cortinas: una combinación de blancos y tonos tierra. ¿Un detalle especial?: los fondos de las librerías integradas en el muro son de color más oscuro para aumentar la sensación de profundidad.
Pero la casa todavía encierra otra sorpresa –nos advierte Pablo–: una casita de invitados, comunicada por una galería acristalada y abierta al jardín, convertida en una deliciosa zona de lectura o descanso en esos días soleados, cuando todavía no ha llegado el buen tiempo.
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