“Si yo vivía muy feliz sin hacer la tarea de planchar muy puntualmente, es decir, antes de un evento (bbc), una cena o comida en la que mi marido lleva camisa y poco más”, confiesa Esther Leuthold, experta en orden. Esther, no te preocupes, no eres la única: a la gran mayoría de lectoras de El Mueble y a su propio equipo de redacción tampoco les apasiona mucho la plancha.
Este sentimiento tan encontrado hacia la tarea doméstica de planchar es común porque, aunque no nos guste salir a la calle con la ropa arrugada, la tarea en sí nos parece aburrida, tediosa y pasamos muchísima calor, especialmente en verano, cuando ya de por sí las temperaturas son más altas. Así que, Esther, deja a un lado ese sentimiento de culpa. “He vuelto a planchar por mi hijo”, añade la especialista.
“Me siento culpable porque no me gusta planchar”
“Yo un día, hace ya años, decidí no volver a tener la plancha como tarea regular en mi casa, y a día de hoy he decidido que al menos una hora a la semana lo tengo que hacer. Y no es un fracaso, es por mi paz mental. Por mi equilibrio”, explica la experta quien, además, confiesa que la ha inundado un gran sentimiento de culpa.
Esther siempre ha sido feliz planchando únicamente en contadas ocasiones en las que el dress code más o menos lo marcaba, como una boda, un bautizo o una cena importante. Aunque nunca le ha gustado planchar, tiene hasta una plancha vertical en casa, pero no termina de cogerle el puntillo. “¿Quién puede tener sentimiento de culpa por no planchar? Te preguntarás. Pues yo”, añade la experta con cierto aire de preocupación.

Esther ha recuperado la tarea de planchar y le dedica al menos una hora a la semana
Esther Leuthold
Y continúa diciendo que “y este sentimiento de culpa me lo tengo que hacer mirar, porque no es por no planchar cuando debía o tocaba, y se me haya acumulado un cerro de plancha. No. Mi sentimiento de culpa viene de la mano de mi hijo mediano”. Y aquí nos cuenta la historia de lo que pasó y lo que le hizo reflexionar y volver a sacar la plancha de su escondite:
Imagínate lo poco que utilizaba Esther la plancha que, un día, su hijo mediano le preguntó si tenían una. Ella, muy digna, le contestó “por supuesto, está en el armario de la lavadora y la secadora". A Esther en ese momento le hizo gracia y se sintió orgullosa de su hijo. "Al rato le oí pelearse montando la tabla, y decidí echarle una mano y de paso enseñarle.”
Y la historia continúa: “sin embargo, pocos días después le volví a ver sacando la plancha para plancharse su ropa de ese día que a mi entender tampoco estaba tan mal y era perfectamente ponible”. Esta segunda vez, y como buena madre, dejó a Esther con el runrún en la cabeza. Y empezó a hacerse preguntas porque no entendía que a su hijo de 16 años le preocupara tanto llevar la ropa sin arrugas.

Aunque no planchemos todos los días, deberíamos sacar un hueco para no llevar la ropa tan arrugada
El Mueble
¿Por qué mi hijo de 16 años quiere llevar la ropa sin arrugas?
En ese momento, en la cabeza de Esther aparecieron mil y una teorías diferentes: "¿por qué a mi hijo de dieciséis años le preocupaba tanto llevar la ropa bien planchada? ¿Se estarían metiendo con él por llevarla arrugada? ¿Estaría sintiéndose mal por su ropa?" La teoría de su marido, en cambio, era que le gustaría alguna chica del instituto.
Para salir de dudas, Esther decidió preguntarle a su hijo directamente: “¿se meten contigo por tu ropa?” Su hijo, con la cara típica de los adolescentes, le contestó algo tan simple como “me gusta llevarla sin ninguna arruga. ¿Qué tiene de malo?” Pues no, hijo, no tiene nada de malo y llevas toda la razón.
Desde ese día, me cuenta de que “la ropa queda mejor planchadita, lo queramos o no, y si no plancho desde hace años es básicamente porque no me da la gana, no me apetece, y me he declarado en huelga. Lo cual también es perfectamente lícito y tampoco nos ha ido tan mal en este tiempo”.

Resérvate esa horilla a la semana para planchar
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“Soy muy fan de optimizar mi tiempo a nivel profesional. Planchar me parece absurdo o más bien debería decir que me parecía absurdo hasta que vi a mi hijo planchando”, explica Esther y comparte el nuevo plan de acción que acaba de implementar en casa: “así que llevo unas semanas en las que me reservo una hora una mañana a la semana, a lo sumo dos días si no me da tiempo en la primera sesión, para planchar algunas cosas puntuales y que son básicamente ropa de mi hijo mimado, digo mediano”.
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