Marie Kondo, Feng Shui, Wabi Shabi... Siempre que una tendencia decorativa se pone de moda, surge el debate y no solo en Internet: en nuestra propia cabeza se cruzan pros y contras: "¿será de verdad útil y tendrá sentido? ¿o es la enésima búsqueda de la fotogenia de esta generación obsesionada con la novedad?".
Ordenar por colores, una de las formas de organizar de mayor impacto visual que seguro que ha invadido tu feed de Instagram últimamente, tiene sus detractores. Argumentan sobre todo que es una opción llena de estilo y estética, pero no demasiado práctica. Al fin y al cabo, si todas nuestras prendas del mismo color están juntas nos va a costar mucho más distinguirlas unas de otras que si hay intercalado otro tono que sirva para hacer contraste (aquellos adictos a las camisetas negras saben mejor que nadie de lo que estamos hablando).
Sin embargo, entre sus defensores encontramos argumentos bastantes contundentes. Por ejemplo, a la hora de colocar nuestra biblioteca por colores, seguro que el primer instinto es rechazar la idea, pero ¿verdad que recuerdas perfectamente la gama cromática de las portadas y lomos de tus libros favoritos? ¿No sería entonces más práctico agruparlos así en lugar de tener que recorrer con la mirada cada título hasta encontrar el que estás buscando? Lo mismo sucede con complementos como bolsos, con los cosméticos, los juguetes de los niños... Asúmelo: nuestra memoria es más visual que lectora. Y hasta nuestro viejo cascarrabias interior tiene que reconocer que el resultado es monísimo.