Cuarenta y dos hectáreas de cipreses, pinos, frutales y huertos cobijan los diferentes edificios del hotel Son Bernadinet, situado en un enclave de paz al sur de la isla de Mallorca.
Mallorca es mucho más que una hermosa isla. Mallorca es un universo formado por pequeños planetas, poblaciones que tienen sus señas de identidad bien definidas y diferenciadas de las demás, y que se caracterizan por un producto típico, una tradición ancestral, unos materiales y unos colores distintivos.
Los de la zona de Campos –uno de estos “planetas” mallorquines en cuyos alrededores está el hotel Son Bernadinet– son ocres, verdes y grises. Es esta una tierra llana, de tradición agrícola, punteada por matas de alcaparras y cuadriculada por paredes de piedra seca que han creado un inmenso tablero de ajedrez en el que crecen almendros y olivos.
Son Bernadinet era una finca de la familia de Francisca Bonet quien, junto a su hija Alicia, se encarga del establecimiento desde 1998. Políglotas y abiertas, habían trabajado como guía e intérprete y relaciones públicas respectivamente, por lo que hacerse cargo de este hotel era un paso lógico. “Fue mi hijo quien nos animó –explica Francisca–. “Insistía en que podíamos hacerlo y.... ¡Nos pusimos en marcha!”. Para ello contaron con la ayuda de Antoni Esteva, un reputado interiorista, artífice de algunas de las mejores casas de Mallorca. Toni ama la isla en la que nació y la entiende muy bien. Eso se nota en cada espacio de este establecimiento.
Como ellos mismos la definen en su web, la decoración es neutra, en tonos suaves, y sintetiza con elegancia el minimalismo balear, que se combina con la tradición mediterránea más auténtica. El resultado: espacios sobrios y diáfanos en los que la luz es protagonista y acentúa la nobleza de los materiales empleados. En su mayoría, apunta Francisca, son materiales autóctonos, como las baldosas de barro cocido de Felanitx en el suelo, que se combinan con pequeñas alfombras de pedrolí, un tipo de pavimento difícil de colocar, pero cuyo resultado es tan práctico como estético. También se han usado maderas de la isla para vigas y carpinterías, y el mobiliario combina diseños de Esteva con piezas compradas o de herencia familiar. Todo ello enmarcado por paredes blancas, tan hermosas que, como explica Francisca, apenas si ha colgado un cuadro.