Este hotel de tres habitaciones y frondoso jardín, fruto de una larga historia de pasión por la decoración de sus dueños, es uno de los secretos mejor guardados de la costa norte catalana.
Como ocurre en otros sitios tan especiales como éste, la historia de Les Hamaques tiene varias etapas. La primera es rural: cuando el edificio de piedra que hoy se ha convertido en este delicioso hotel fue el pajar de un pequeño pueblo ampurdanés. La segunda es familiar y abarca los años en los que los propietarios, Dominique e Ino, lo compraron, en ruinas, para convertirlo en un lugar de recreo para ellos y sus tres hijas. La tercera es la presente, cuando decidieron trasladarse a vivir al Ampurdán y compartir su pequeño paraíso con amigos y huéspedes. Así nació Les Hamaques, un lugar inspirado en las maison d’hôtes francesas y en los bed & breakfast ingleses, en el que los propietarios han aplicado sus muchos años de experiencia en el mundo de la decoración.
Dominique es diseñador e interiorista, e Ino, estilista. Las casas hermosas son su pasión y ambos saben bien lo que es bello, elegante, intemporal y acogedor, y así lo transmiten en su hotel. Tras buscar objetos, muebles y complementos en lugares tan dispares como París, Nueva York, la Provenza y el Atlántico francés; después de visitar mercadillos, ferias de almoneda y tiendas de diseño, y habiendo rescatado muebles de familia, y creado otros con imaginación y sencillez, han conseguido unos espacios en los que las dos personalidades se encuentran en una sintonía total.
Como interiorista y diseñador, Dominique se encargó en ambas etapas de restaurar, planificar espacios, crear nuevas aberturas y, en definitiva, acondicionar el viejo pajar. Mientras, Ino encontraba el color y la textura adecuadas, rescataba la antigua lámpara de lágrimas y daba sentido a muebles con una nueva pátina. El resultado es un lugar muy especial del que dan pocas ganas de salir.
En la planta baja, la habitación Magnolia conecta con el jardín; en la primera, la habitación Glicina debe su nombre a esta flor que se emparra en su terraza privada; mientras que la Buganvilla tiene seis ventanas que miran al jardín. Y en este espacio, dando nombre al hotel, las hamacas. Hamacas por todas partes: en el patio, la terraza, bajo la acacia, junto a la piscina... Una experiencia que es pura delicia.