Creada de cero por su propietaria, esta granja francesa abre sus puertas, hospitalaria, a quienes desean redescubrir la magia de la tierra, los animales y el respeto por el entorno.
Cuando Isabella llegó, solo quedaba abandono. Plantas agrestes, maleza y mucho trabajo por delante. “Era un terreno baldío, nadie lo quería”, recuerda. Pero ella, que llevaba tiempo buscando un lugar donde instalarse en el campo, lejos de su estresante vida como periodista en París, no se desanimó por la decepcionante bienvenida que ofrecía la parcela, en el corazón de la Costa Azul, entre el mar y la montaña.
Nueve años más tarde, no queda ni rastro de aquellos inicios. Aquí, desde cero, con enorme ilusión y un esfuerzo parejo, ha edificado su Graine & Ficelle, una luminosa granja que es muchas cosas a un tiempo. Su casa. Su huerto. El laboratorio en el que ensaya aquellas formas de cultivo más respetuosas con el entorno. Pero, sobre todo, es un lugar abierto al mundo donde la naturaleza está a flor de piel, al alcance de cualquiera que sepa escucharla, mimarla y disfrutarla. Una de las habitaciones de la granja se alquila por días o semanas. Y a solo unos metros, con la intimidad que proporciona el abrigo de los árboles y la vegetación, se alzan dos ecolodges, dos amplios apartamentos independientes, con su propia cocina y acogedores baños con revestimientos de madera, que también están disponibles para acoger huéspedes.
Pero la hospitalidad de Isabella no se limita al alojamiento de personas deseosas de experimentar por unos días los placeres auténticos de la vida en el campo. También organiza visitas a la granja para escolares, talleres de cocina y un sinfín de actividades que la mantienen permanentemente ocupada. “Ahora trabajo más que en París. Pero estoy aquí”, resume con elocuencia, consciente de una fortuna que se ha ganado a pulso. Tardó tres años en acabar las obras. “No tenía dinero, así que todo se iba haciendo poco a poco”, recuerda. Lo que no le faltó nunca fue una idea muy clara de lo que quería construir. “Una casa con espacios amplios y luminosos, con pocos elementos y que pareciera antigua”. Compró todos los materiales en tiendas de derribo y la decoró con muebles que habían pertenecido a su familia. Se esmeró especialmente en el diseño de la gran cocina: 65 m2 puestos al servicio de su pasión por los fogones y por transformar en manjares todo lo que obtiene de su huerto. Berenjenas y albaricoques, pimientos y tomates, cerezas y estragón, aceitunas y limones... En ella también elabora pan y transmite sus conocimientos a los alumnos de sus cursos.