La madera es uno de los materiales que más apreciamos en nuestro hogar porque aporta calidez y confort al ambiente y se adapta con facilidad a cualquier estilo decorativo, desde el rústico al más contemporáneo. La razón principal de esta afinidad que sentimos con la madera es que es una materia viva y generadora de vida. Esta facultad, a la que se suma su capacidad de filtrar ciertas radiaciones y de permitir la respiración de la vivienda, la convierte en cálida y relajante, pero a su vez invita a la presencia de otros seres vivos como parásitos, mohos y hongos, que requiere tratamiento.
Algunas empresas madereras aún trabajan la madera según su ciclo vital y talan solo en los meses de invierno y en fase de luna menguante, que son los momentos en que la madera presenta menos movimiento de savia por sus vasos y por consiguiente será menos “apetecible” para los parásitos. Un correcto proceso de secado y de control de la humedad es una garantía añadida de la menor presencia parasitaria en la madera; es recomendable que los niveles de humedad final sean inferiores al 18%. Con estos requisitos, se obtiene una madera sana y que prácticamente no requiere tratamiento adicional.
Pero la mayoría de fabricantes optan por aplicar a la madera tratamientos químicos en el proceso de extracción, secado, almacenamiento y manufacturación. Los más comunes son compuestos con propiedades antifúngicas, anticarcoma y también ignífugas, que resultan perjudiciales para la salud. Colas, barnices, lacas o pinturas convencionales emiten al ambiente compuestos orgánicos volátiles (COVs) que pueden ser fuente de molestias para tu familia. La normativa europea obliga a que el uso de estas sustancias sea mínimo, y ha creado la etiqueta Flor Europea para identificar a los productos con una baja emisión de COVs.