A Dios pongo por testigo… ¡que jamás volveré a pasar frío en mi salón! Ese fue nuestro objetivo al plantearnos cuál sería nuestro salón de invierno ideal, sobre todo con la ola de frío que se nos ha venido encima. Y nos pusimos manos a la obra, vaya si nos pusimos… Partimos de un salón “normal” y lo convertimos en un SALÓN (así, en mayúsculas). ¿Quieres saber cómo lo creamos? Te lo contamos paso a paso.
Un traje a cuadros
Empezamos por pensar en una gama cromática. Y, sin querer, viajamos con la mente a Escocia. Será porque allí hace mucho frío… y porque los colores y los estampados escoceses nos dan calor por sí solos. Calderas, mostazas, verdes… fueron los elegidos. Siempre con una base en crudo, que no nos olvidamos de quién somos (El Mueble).
Luego, llegaron los estampados: cuadros, cuadros y más cuadros. Grandes, pequeños, gruesos, finos… todos valen si los colores encajan. Y los combinamos con lisos y falsos lisos para que el resultado fuera calmado, porque la serenidad también es calidez. Y las texturas… de invierno, cómo no. Es decir, lanas, terciopelos, tricot y chenillas, bien mezcladas en un cóctel de 10.
Muebles cariñosos
Con esta guía de colores en mente, fuimos a elegir los muebles. ¿Qué piezas no podían faltar en nuestro salón perfecto? Un sofá crudo y que abrace, un par de butacas de look clásico, una mesa velador para poder añadir un punto más de luz, una alfombra grande (de color tierra y muuuuy calentita) y una mesa de centro amplia en la que poder apoyar los pies, la bandeja del té y el libro que tenemos a medias (y que en este salón tan acogedor acabaremos muy pronto). Cuando encontramos esta mesa de centro, tapizada en capitoné y con ruedas en las patas, fuimos muy felices. ¡Era ideal para nuestro salón!
La guinda del pastel
Lo colocamos todo en su sitio y ahora solo nos faltaban los detalles. Bueno, eran detalles pero eran super importantes para conseguir esa sensación de calidez máxima que andábamos buscando. Y ahí llegó el festival. Un festival de cojines, mantas y plaids que, puestos con mucho cariño sobre el sofá y las butacas, son la guinda del pastel.
Los cojines grandes, detrás. Los pequeños, delante. Unos plaids en el brazo del sofá, y otros puestos como caídos sobre los asientos, en plan “me acabo de levantar y se han quedado así”. Esa es la magia, que no se nos olvide, de los espacios vividos. Que parezca que quien estaba ahí hace unos segundos ha salido de plano para que podamos hacer la foto.
Un salón con chispa
¡Fuego en el salón! ¡Literalmente! Unos cuantos troncos, una cerilla… ¡y salta la chispa! Si tienes la suerte de tener chimenea en el salón, por favor no la desperdicies… Úsala, si puedes cada día, si no al menos el fin de semana. Porque no hay nada como un salón de invierno con el crepitar del fuego como sonido de fondo. Y con su calorcito… ¡perfecto para saborear un momento hygge! Para reavivar la llama, lo más práctico es tener unos troncos siempre a mano. No los escondas, porque también son muy decorativos. Puedes tenerlos en una cesta de fieltro, de cuero o de metal.
El toque final
“Ya está, ahora sí”, dijimos dando unos pasos atrás y mirando el espacio. ¡No, aún no!, dijo Carmen, nuestra estilista. ¡Falta encender la chimenea y poner las flores! Claro, ¿qué sería de un salón sin flores?

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