Visto el antes y el después de este espacio, el cambio es espectacular. ¿Las claves? El color blanco y el aire de cabaña de playa que le dio su propietaria, la decoradora Elena Jiménez. “Antes era el estudio de mi hijo. Cuando se emancipó, decidí actualizarlo y convertirlo en nuestra suite, un refugio relajante para descansar al volver del trabajo, con un vestidor, un escritorio y un estar", nos contó.
Una mano de pintura y ¡cambio total!
"Quería tener una sensación de desconexión en el dormitorio y darle el aire luminoso, fresco y limpio que me gusta”. Por eso lo primero que hizo fue “pintar el espacio de blanco para aligerar el peso del techo de vigas. Y elegí tapicerías y ropa de cama blancas, de algodón y de lino”. Eso sí, sin renunciar a la calidez de la madera, ahora en tonos claros y acabados lavados, como el escritorio de teca, o envejecidos, como el parquet de roble. “Sus lamas de 20 cm de ancho y con veta dan una gran sensación de confort, como los plaids de algodón y las velas de lavanda encendidas... Es como estar en una casita de playa en el sur de Francia”. En realidad, la buhardilla está cerca de Barcelona, en el centro de Sant Cugat del Vallès. Pero los cojines marineros a rayas, los jarrones con maderas recogidas en la orilla de la playa y las ramas de arbustos de la montaña la envuelven de mar y de naturaleza.
Con vestidor incluido
Es un rincón sereno, “en él no hay piezas que acaparen la atención. El lujo es el espacio”. Los 60m2 de la buhardilla albergan, además del dormitorio y el salón, un vestidor a medida creado en el antiguo dormitorio de su hijo. Con muebles blancos de poca altura que se adaptan al techo inclinado y aprovechan los metros. La cama, con dos mesitas chinas, apliques orientables y baúles llenos de libros, recupera el rincón del antiguo escritorio. “Es perfecto dormir bajo el lucernario”, dice Elena. Otros detalles que le ayudaron a renovar la buhardilla fueron los marcos de las puertas, ahora lisos y blancos, y la barandilla de la escalera, que antes era de estilo inglés y sustituyó por una de hierro, más actual. La librería y la cómoda ya las tenía, pero las pintó de negro “para dar contraste”. Y retapizó en blanco, cómo no, la butaca francesa que subió del salón de la planta baja. Una combinación perfecta para un refugio privado.