Adentrarse en este jardín es como aventurarse en un bosque encantado. Y esto no es casualidad, ya que el reconocido paisajista Jesús Ibáñez, responsable de este proyecto, entiende un jardín como “un espacio mágico que te hace vibrar los cinco sentidos”. Los diseños de sus jardines son muy diversos, pero siempre buscan un equilibrio con el ecosistema de la zona, y todos tienen en común que son ordenados y sencillos, manejando las diferentes tonalidades del verde.
Jesús nos cuenta que fue su pasión por la montaña y el senderismo lo que le llevó a la jardinería. Su inspiración es la naturaleza, y tanto da que sea el esplendor de un bosque de robles o la sutileza de un paisaje desértico.
Este jardín, concretamente, lo diseñó para una casa familiar de las afueras de Madrid. Y tiene un carácter íntimo y boscoso. “La casa es de estilo americano con algo colonial, y quise que el jardín tuviera esas connotaciones. El clima es continental, calor y frío extremos, por eso he usado especies rústicas que se adaptan fácilmente. Además, como lo he planteado como un jardín bastante salvaje, con pequeños retoques se mantiene bien todo el año”.

DOLCE FAR NIENTE
Exteriores de ensueño para la siesta perfecta
A lo largo de unos 1.000 m2 podemos descubrir una gran diversidad de rincones diferentes. Hay dos zonas de bosque definidas: una con hayas, de hoja caduca, que proporciona sombra fresca en verano y deja pasar el sol en invierno, y otra, a la entrada, con liquidámbar, que ofrecen unos bellísimos tonos anaranjados y rojizos en otoño. En ellas, un manto de hiedra protagoniza todo el diseño y pone el frescor al jardín.
Otras especies como el jazmín, que cubre pérgolas y vallas, o los magnolios envuelven el ambiente de un maravilloso perfume en su época de floración. Una alberca alargada, con nenúfares y papiros, aparece como un elemento tranquilizador, pero dotando de una fuerza mágica al jardín. Y al lado, una casita de madera, cubierta con hiedra de hoja perenne conforma un rincón muy especial.
De hecho, allí el propietario guarda recuerdos de viajes, libros antiguos de botánica, semillas y piedras encontradas en distintos parajes. Aunque es en otoño cuando el jardín adquiere su máximo atractivo por los excepcionales cambios de color de las hayas y los liquidámbar, en cualquier estación del año se llena de matices propios.
Cada miembro de la familia tiene su rincón preferido, ya sea para la lectura, la charla o sencillamente para descansar. Pero cuando se organiza un almuerzo con amigos, entonces se activa la imaginación y se recrean ambientes diferentes buscando la sombra, el sol…, y la vegetación más propicia.
Se coloca la gran mesa sobre la pradera de césped y se reservan los espacios más cubiertos, como la pérgola, para esas conversaciones de pequeños grupos. Y cuando se prepara una fiesta durante la noche, la magia se apodera de todo el jardín. Senderos de velas que marcan el camino, mil y un farolillos, lámparas que alumbran con su luz tenue cualquier rincón... Es entonces cuando el jardín se transforma: se desdibujan las siluetas de los árboles y aparecen cautivadores juegos de sombras y luces. Las veladas bajo la pérgola, cubierta por el jazmín, o junto al frescor de la alberca, se convierten en un placer que nos que llena de una energía especial. Quizá sea la búsqueda del mítico Jardín del Edén, que siempre aflora cuando nos acercamos a la naturaleza.