Lo bueno de tener un jardín en casa es poder disfrutarlo el mayor tiempo posible, sin importar en qué época del año estemos. Es lo que pensó el arquitecto Eduardo Campoamor al proyectar la rehabilitación de este antiguo granero del Empordà. Por eso decidió hacer dos terrazas: una de verano, orientada al este, y otra de invierno, encarada al sur, que se adaptasen a cada momento del día y de la estación. “El jardín es una prolongación del interior y las dos terrazas contribuyen a esta idea. En la de verano el sol da desde la 12 de la mañana, mientras que la de invierno se disfruta más por la tarde. Así, se tienen espacios de sol y de sombra, según apetezca”, señala el autor.
Porches envueltos por el color
Cada terraza se delimitó con una pérgola de glicina, una trepadora de gran belleza y muy resistente, capaz de vivir hasta 100 años y de cubrir gran cantidad de espacio, que puede alcanzar los 15 metros de altura. Para tener sombra mientras la glicina crecía, el techo de la pérgola se cubrió con bambú. “Aunque han pasado años, no me he molestado en quitarlo, porque le da cierto aire rústico y como es un material orgánico, desaparecerá solo”.
Rosales trepadores y enredaderas plantados en macetas –colocados junto a las columnas para que trepen por ellas– crean un conjunto lleno de color. En primavera, cuando el morado de las glicinas y el rojo de las rosas y las adelfas crean una explosión de color fascinante, “vienen incluso del pueblo para verlo”.
Además de un elemento ornamental, las grandes macetas con adelfas de la terraza de verano cumplen una doble función, por una parte delimitan el espacio y, por otra, crean un muro vegetal que gana intimidad. Si la terraza de verano es perfecta para comidas o reuniones con amigos, la de invierno cumple más una función de relax, un rincón donde tomar el sol o descansar con un libro mientras te dejas llevar por la música que produce el viento de tramontana, típico de la zona. Verde y frondoso, este jardín respira primavera.