El jardín de Inma se despereza y su invernadero se convierte en el centro de la casa. Los bulbos son los primeros en llegar y pronto se transforman en arreglos para llenar de color cada rincón.
Los bulbos son la debilidad de Inma, la propietaria de este jardín. Los planta en otoño y le encanta ver cómo, en primavera, empiezan a despuntar y florecer. Sus preferidos son los jacintos, por su fragancia cítrica y dulce a la vez; los tulipanes, por la elegancia de su silueta; y los ranúnculos, por la explosión de color que desencadenan.
Todos ellos son variedades de invierno que se plantan en otoño porque necesitan temperaturas frías para florecer en todo su esplendor, cuando llega la primavera. Por eso, con la llegada del buen tiempo el jardín ha vuelto a la vida y los bulbos acaparan todo el protagonismo.
Inma los planta en sus parterres y luego prueba mil y una maneras de presentarlos para llevar sus colores también al interior de su casa. Para ello cuenta con la complicidad de Manuela, de Gang and the Wool, que le cuenta los secretos del cultivo hidropónico, en el que los bulbos se cultivan en agua, y algunos trucos para hacer arreglos.
El marco no puede ser más adecuado, un gran invernadero de forja y cristal en verde inglés que permite a Inma plantar sus bulbos en otoño a buen recaudo del frío, proteger las plantas más delicadas, experimentar continuamente con las flores y disfrutar del exterior todo el año. Su presencia es fruto casi del azar y de la buena conexión con la botánica y paisajista Montse Carbó, de Jardineria Botània. “En principio teníamos que renovar la piscina y cambiar una palmera de sitio y, al final, acabamos replanteando el jardín por completo”, dice Montse. “Antes de la renovación era un jardín muy frondoso y con poca luz al que no se sacaba partido. Así que aprovechamos los meses de invierno para trasplantar las encinas y los magnolios del centro del jardín hacia los laterales para despejarlo y ganamos espacio no solo para la nueva piscina, sino también para la estructura del invernadero, la escalinata de madera de ipé y las paredes de piedra seca con aromáticas”.
El jardín se convirtió, entonces, en todo lo que Inma deseaba: un exterior mucho más luminoso con poco césped (necesita mucha agua), en el que las plantas y las flores se adaptan a los cambios de las estaciones. Y el invernadero, en un refugio desde el que admirar el espectáculo de la naturaleza.