Este jardín pertenece a una casa del Ampurdán. Rehabilitada integralmente con mimo, esta casa de pueblo nació para ser disfrutada en familia. Amplio, muy verde y decorado de manera muy muy familiar, su jardín recibe al visitante con los brazos abiertos.
"Cuando la descubrimos, ésta no era la casa ideal, pero lo tenía todo para serlo”: desde el primer momento, Gracia Cardona vio muy claras las posibilidades de esta vivienda de pueblo, del siglo XVII, que se ha convertido en su refugio familiar. Esta economista de profesión y, a la vez, interiorista de vocación, detectó enseguida las posibilidades de la casa y de su jardín: “grande, de piedra, con algunos destacables elementos arquitectónicos muy antiguos y un gran patio orientado al sur”, la casa es una preciosidad situada en una de las plazas medievales más bonitas del Empordà.
Pese a que estaba prácticamente en ruinas, con una entrada que eran unas cuadras, suelos sin pavimentar, una cubierta semiderruida y un patio-establo donde todavía quedaban huellas de los muchos animales que allí vivieron, Gracia recuerda perfectamente que cuando ella y su marido la vieron por primera vez “enseguida supimos que era lo que estábamos buscando”. Habían pasado dos años desde que la pareja, que vivía fuera de España, decidió comprar una vivienda en esta zona de Girona. La rehabilitación necesitó dos años más, uno para planos y permisos, ya que la fachada es parte de una zona arquitectónica protegida, y otro para la obra en sí. Fue la propia Gracia quien la supervisó teniendo como leitmotiv dos ideas: hacerla muy cómoda y respetar su aspecto tradicional. Por ello, como explica Gracia, “aunque la reforma fue integral y enfocada a dotar de comodidad la casa y su exterior, usamos materiales de recuperación y aprovechamos todo lo que pudimos de la estructura de origen. Queríamos una casa de pueblo que pareciese una casa de pueblo, no otra cosa”, puntualiza.
El jardín, antes un terreno baldío en pendiente, es hoy un pequeño oasis con algarrobos, un pozo y un porche, donde se enredan un jazmín y una glicina. El resultado es un jardín “muy vivido, donde mis hijos han pasado ya algunos de los mejores ratos de su infancia... Realmente una casa con alma familiar”.
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