Diez años de abandono habían dejado en la finca una huella evidente. Construida en 1911 como residencia de verano de una familia de farmacéuticos, durante décadas se celebraron en este jardín fiestas que aún se recuerdan: “Fue amor a primera vista y he ido reconstruyendo la historia poco a poco –explica la interiorista María Lladó– porque cuando llegué estaba todo destrozado”.
El jardín y la casa se rehabilitaron a la vez: “Lo primero fue devolverle el alma –recuerda–, recuperar sin renunciar a mis gustos personales. Mantener lo bueno del pasado e incorporar modernidad”. Se rehicieron las pérgolas de hierro, la fuente, todos los parterres y se replantó por completo. “Conté con la ayuda de Manolo Moreno y del paisajista Eduardo Borés”, explica.
Concebido como el clásico jardín español de principios del siglo XX, es lo que se denomina un jardín de sombra, que permite disfrutar de zonas para comer al aire libre. Entre palmeras, pinos, magnolios, laureles y frutales, destacan aspidistras, rosales, plumbagos y geranios.
La piscina, diseñada por María, es el auténtico epicentro del jardín en los días de calor. Allí se suceden los desayunos, las comidas y las siestas al aire libre.
Hace dieciséis años que la decoradora sucumbió al exotismo de “Can Amorós” y el embrujo aún permanece.