Blanco y madera sirven de base en este piso señorial para crear una decoración serena y confortable. Los toques de color, las texturas naturales y la luz son protagonistas.
La propietaria quería huir de los excesos decorativos de su anterior vivienda y, en un ejercicio de simplificación, disfrutar de un espacio con personalidad, pero desprovisto de elementos recargados. Estas fueron las premisas para la decoración de esta céntrica finca señorial de Madrid.
“Pintamos las paredes y los techos con molduras en blanco y dimos al suelo de pino melis un acabado mate, para que no brillara”, nos cuenta la propietaria, una enamorada de la decoración que viaja mucho. Para abrir todavía más el salón a la claridad, que entra por los grandes ventanales, “decapamos las contraventanas para dejarlas al natural y prescindimos de cortinas y visillos. También eliminamos las puertas entre salón y comedor dejando solo los arcos. De este modo la luz llega hasta la entrada del piso”, explica.
En la elección de los muebles y los complementos prescindió de lo superfluo –“en las paredes no hay ni un cuadro colgado”– y se centró en la máxima de “pocas piezas pero escogidas”. Muebles de almoneda, como la librería procedente de una tienda de ultramarinos o la cajonera de arquitecto, se combinan con piezas de hierro, como la mesa de centro, y otras adquiridas en viajes, como la mesa de comedor procedente de Asia o la mullida alfombra que la enmarca, de Marruecos.
Una mezcla que, sin embargo, resulta equilibrada gracias a la omnipresencia de la madera al natural y los tapizados en color crema, acompañados por objetos de cristal y complementos de tonos rojizos.