Una distribución que facilita los movimientos y asegura la capacidad de almacenaje es la clave de esta cocina.
Por su ubicación, en el centro de la ciudad pero rodeada de jardines, esta casa era un privilegio que el estudio Hernández Arquitectos, con Pedro Hernández López como director del proyecto, no podía dejar pasar.
“Volcar el exterior en el interior y viceversa derivó en abrir grandes muros acristalados en la cocina, unos fijos y otros móviles, con el fin de acaparar toda la luz y el paisaje”, asegura el arquitecto. Una vez diseñada la estructura, para el interior los propietarios querían un espacio que no fuera solo un lugar de trabajo, sino que también pudieran disfrutar en familia. “Estaba claro que había que dividir la cocina en dos ambientes, pero sin separaciones físicas, y al mismo tiempo mantener cierta continuidad visual mediante los materiales: el blanco brillante, omnipresente en el mobiliario, y la calidez de la tarima de roble en el pavimento”, explica.
Para su distribución, en la zona de trabajo había una condición indispensable: contar con una isla que agrupara cocción y lavado. “Una pieza generosa en sus medidas que también decidimos partir en dos áreas para aligerarla. La parte central de la encimera la dejamos volada, para crear un espacio polivalente: sirve tanto para trabajar más cómodamente o, si colocas unos taburetes, para desayunos o para charlar con amigos mientras estás cocinando”, argumenta el arquitecto.
En paralelo a ella, se dispuso un completo frente de columnas donde se integraron los electrodomésticos y módulos de almacenamiento.
En el espacio del comedor se optó por una decoración de zona de estar, donde la iluminación general se convirtió en puntual de la mano de dos lámparas de techo. “También incluimos una nota de color, al pintar la pared de gris oscuro donde encastramos un mueble, compuesto por nueve pequeños módulos. Un contraste que refuerza el protagonismo del blanco y le da una estética casi pictórica pero que también asume su parte más funcional de almacenaje”, comenta. La mesa blanca son el sobre de cristal pintado y las sillas, de fibra también blanca y patas de madera, completan esta zona pensada para reunirse en familia.
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