Quién diría que hace solo unos meses en esta casa escaseaba la luz natural, se sucedían columnas con capiteles jónicos, ojos de buey con adornos dorados y en la cocina, entonces independiente, aún persistían los muebles de formica... “Enseguida vi cómo actuar para cambiar la casa y darle un aire fresco, cómodo y cosmopolita”, explica Roger Bellera, el interiorista autor de la rehabilitación.
La casa, con un gran jardín obra de la paisajista Pía Figueras, se construyó en 1990 y se decoró con un gusto palaciego muy poco adecuado para una vivienda situada en plena naturaleza.
Primer paso: abrirla al exterior
“La transformación se planificó en varias etapas y la primera fue radical –apunta Roger Bellera–. Los ambientes tenían que fluir, interrelacionarse y, sobre todo, dialogar con el exterior”.
Distribuida en una planta, el primer acierto fue abrir ventanales e incorporar el antiguo garaje –en desuso– a la zona noble de la casa. En este nuevo espacio se creó una cocina amplia y luminosa, conectada con el comedor creado donde estaba la antigua cocina, el office y el planchador. De esta manera, además, se ampliaron las vistas hacia el jardín. La isla central de la cocina incluye una barra donde desayunar o improvisar un tentempié. Los muebles se diseñaron y realizaron a medida para responder a las necesidades de la familia– una pareja con dos hijos adolescentes– a la que le gusta cocinar y recibir en casa.
Segundo paso: elegir el mobiliario y el color
El pavimento, de madera de roble, da continuidad a la vivienda y el juego de colores añade el contraste. “Hemos barajado colores de la misma gama cromática, pero hemos querido dar un golpe de efecto en el salón con un tono muy subido”. La apuesta por el mobiliario integrado en casi todas las estancias aligera el conjunto.
El dormitorio principal tiene un aire más romántico. “Lo mejor de este dormitorio es su ubicación, por eso la selección y distribución del mobiliario se ha pensado para disfrutar al máximo del jardín.