Mar Aldeguer, la propietaria de esta casa madrileña, quiso reflejar en ella los recuerdos de Mallorca, su tierra. Evocando el verde de sus campos, ideó un alto seto que forma cortinas naturales tras los amplios ventanales que descansan sobre el suelo. La propietaria de esta casa situada en una urbanización del noroeste madrileño, lo tenía claro: “Queríamos una vivienda sencilla, sin demasiados objetos, relajante, y que diese sensación de paz. Compramos el terreno y pudimos planificar el espacio a nuestro gusto”. Solo tenían las limitaciones de materiales externos, recuerda Mar, “que se imponen para unificar el estilo de toda la urbanización”.
En el porche, se ha buscado comodidad y transparencia, para poder aprovecharlo en un soleado día de invierno o, bajando los toldos, en cualquier día veraniego. Bajo el porche de madera soportado por columnas de hierro pintado se disfruta de un jardín despejado: pradera verde rodeada por el seto, algún árbol para dar sombra y, destacando, la piscina bordeada con un marco de madera que se amplía en un lateral para conformar un solárium. Los muebles, funcionales y de línea sencilla, son de mimbre y hierro.
Así, la naturaleza fluye serena hasta el interior y se integra graciosamente en el salón. Bello hasta en el más pequeño detalle, revela la pasión por la luz, que crece con los tonos marfil, piedra y beige. El añorado mar renace en las chispas de azul que lo salpican. El protagonismo recae en la chimenea y en las grandes ventanas que la rodean. Y no es casual, “porque los inviernos son demasiado largos en Madrid”, comenta Mar añorando la luz y el clima de su Mallorca natal. En vez de flanquear la chimenea con estanterías, Mar prefirió abrir dos grandes ventanales que llegan a ras de suelo. “Al lado tenemos una salita como biblioteca y zona de televisión”. Los colores elegidos son marfil, piedra y beiges, incluso el suelo de madera de haya ha sido teñido de blanco.
Salón y comedor se han separado por un murete para no cortar la sensación de diafanidad. “Es mucho más cómodo, en una cena con amigos, por ejemplo, poder pasar después al salón y no tener presente la mesa con todo lo que no se ha terminado de recoger”. Un gran cuadro a cada lado contribuye a reducir la monotonía del muro, que se convierte en un improvisado soporte. La lámpara de techo, con lágrimas de cristal, pone un toque de sofisticación al ambiente, junto al mueble aparador forrado con pan de oro.
La cocina debía ser espaciosa, luminosa y con el office integrado. “Es mucho más divertido tener un ambiente común, cocinar y estar con la gente a la vez”. Las dos zonas se han diferenciado, la parte de cocina tiene azulejos de color marfil intenso, mientras que en el office, la pared está con una pintura estucada que le quita el aspecto “frío” de cocina. El mobiliario, de línea moderna y funcional, combina la madera con el acero, y la disposición de la isla central marca la separación entre los dos ambientes.