“He crecido en las afueras y cuando nos mudamos no estaba dispuesta a perder calidad de vida”. Parece una exigencia bastante alta para alguien que se traslada a una concurrida calle de Barcelona. Más de alguno levantaría una ceja al escucharla. Pero Clara, la propietaria de este piso, deseó fuerte, luchó por lo que quería... y lo consiguió.
Este piso de más de 70 años tuvo que hacer frente a una reforma integral para encajar las necesidades de sus nuevos dueños, Clara y su familia, con dos hijos pequeños. “Quería verde y mucho sol. Y tengo mucho de ambas cosas. Desde el salón no solo veo los árboles, ¡sino que oigo los pájaros cantar!”, cuenta orgullosa quien apuesta alto (y gana).
Verde y mucho sol. Toda una proeza en la gran ciudad. Ahora la luz recorre de un extremo al otro el piso. La cocina, ese corazón de todo hogar, se enfrentó, como es menester, a la reforma. “Era enorme, pero aún le dimos dos palmos más para poder hacer una isla amplia”. Aprovecharon las obras para comunicarla con el comedor mediante una gran cristalera. “En días soleados, no necesito ni encender las luces. Desde la mesa, sin levantarme, dejo los platos en el fregadero. Es muy cómodo”. Clara recuerda que en el proyecto inicial ubicaron los fuegos en la isla junto al office. Pero con niños pequeños le pareció poco seguro y desechó la idea. Además, la gran campana cerraba el paso a la claridad.
La continuidad visual de la vivienda (y de la luz) se refuerza con las lamas extra largas del suelo y la corredera acristalada del recibidor, que casi siempre está abierta. El gran espejo de la entrada “actúa como una falsa ventana, reflejando la luz que llega del salón y de los dormitorios”.
En las habitaciones también hubo cambios. En la principal incluyeron un baño y en el cuarto de Jorge, de cinco años, una cama que se convierte en sofá durante el día. “Su habitación –explica Clara– será en un futuro el cuarto de juegos. Pero por el momento es el reino de Jorge”. Y si Jorge mira al futuro, hay piezas que conectan con el pasado y con la historia familiar. En su habitación, Clara destaca dos piezas especiales que ha restaurado: el mueble a pie de cama y la butaca. “El mueble era el del comedor de mis padres cuando se casaron, y la butaca pertenecía a mis abuelos. La tenía en mi cuarto de pequeña. La de libros que leí ahí...”.
Los libros dan también continuidad a su vida. “Me gusta sentarme con los niños en el rincón de lectura del salón y leerles cuentos. Casi todos los libros que tengo en la librería son de cuando era pequeña”. Y si con la lectura les entra sueño, “una buena siesta en familia, como las llamo yo –bromea–. Los sofás del salón son como colchonetas gigantes y cabemos todos juntos”. Y de fondo, el canto de los pájaros. Así, ¿cómo no saber que uno ha cumplido su sueño?