Al entrar, la sensación de amplitud es inmediata. La casa tiene 100 m2 pero parecen muchos más. Las aberturas entre las estancias de día son amplias y las puertas correderas de cristal dejan pasar la luz. “Hicimos una reforma tan profunda que para mí es una casa nueva. Cambiamos completamente la distribución para hacerla más cómoda y crear espacios grandes y comunicados”, explica Clara Valls, que dirigió la obra.
A medida y abierto
En el salón, un luminoso ventanal ocupa toda la pared y se abre hacia la terraza: “La parte central es fija y en los laterales pusimos dos ventanas practicables para poder ventilar”, dice Clara. La mayor parte del mobiliario de la casa es a medida, “clave para sacar el máximo rendimiento del espacio”. Un ejemplo perfecto lo tenemos en el comedor, con un mueble que integra alacena, banco con respaldo y una mesa extensible: “Así mide 1’80 pero llega a 3 metros si es necesario”. También en la cocina se hizo todo a medida, incluido el rincón del office, con un banco en “L” y una mesa cuadrada.
Un color único
Una gran puerta acristalada absorbe la luz y da paso a la terraza, donde está el comedor de verano. Toda la casa tiene un color que a Clara le resulta imposible definir: “No sé darle nombre, es una combinación de varios colores fruto de muchas horas de pruebas. ¿Beige verdoso? No sé, pero es un tono neutro, que va bien para combinar con colores en los detalles y que adquiere matices muy diferentes según como le da la luz”. El color sin nombre –y el mobiliario a medida– son también protagonistas en la habitación principal. Todo un acierto.