En el espacio que ocupaba una casa de labranza, esta vivienda que se abre hoy a la brisa marina y a todo el encanto de Menorca, ha mantenido intacta su esencia de siglos gracias al respeto al entorno.
La decoradora Amaya Navarro nos cuenta que esta casa, en el norte de la isla, debió respetar el estricto perímetro que ocupaba una antigua casa de labranza. “Por eso era muy importante aprovechar bien el espacio, y en eso se basó tanto la arquitectura como el interiorismo”.
Un viejo pino da la bienvenida al visitante. Menorca es una isla en la que la naturaleza impone su ley sin paliativos: “Así como disfrutas de la cercanía del mar y de la proximidad de la montaña, tienes que elegir materiales que toleren bien el viento, la humedad y el salitre. Por eso las maderas tropicales son muy usadas aquí; en otros lugares puede que sean una moda, aquí son una necesidad”, dice Amaya. De hecho, encontramos el iroco en la puerta machihembrada de entrada, así como en los muebles del estar de verano y en la mesa del comedor de exterior. El pavimento de toda la casa es de un gres muy resistente y con cierto aire a las antiguas baldosas de barro cocido.
El muro seco, típico de Menorca –así llamado porque las piedras se encajan sin material aglutinante–, delimita la terraza a la que se abre el salón, que tiene un gran frente acristalado. “Quería que casi todo este ambiente fuera blanco, no por un exceso de austeridad sino para que el color de la montaña y del mar entrara con más fuerza en el interior”. El salón tiene una línea esencial, con sofás y sillones rectos y desenfudables, mesa de centro cuadrada y de estructura ligera y un aparador de madera natural. Una chimenea exenta de chapa de hierro (un modelo clásico del diseñador Miguel Milá) convierte ese pequeño rincón en el mayor polo de atracción de la casa en los días destemplados.
El dominio del iroco se extiende a la cocina, con muebles a medida diseñados por Amaya. Hechos a listones horizontales, estos muebles no llevan tiradores sino uñeros casi imperceptibles a la vista, que consiguen una integración perfecta. Las encimeras son de Silestone blanco, y para la zona de office eligió una lámpara pivotante, “que permite crear diversos grados de luminosidad sobre la península”. La cocina y el comedor forman un mismo ambiente, “lo que favorece la dinámica de la vida familiar, ya que en la casa hay tres adolescentes”. Por eso se eligió una mesa redonda, extensible. “Es magnífico, en verano, sentarse a comer o cenar sintiendo la brisa fresca del mar”, reconoce Amaya.