Decir que tu casa es perfecta, sin pegas, sin un solo aspecto por corregir o modificar, es algo que solo pasa en los anuncios. Pero Sara, la dueña de esta casa, afirma sin dudar que la suya “ha sido durante años la casa perfecta”.
Como está en el Parque Natural de Collserola, una atalaya silvestre que se alza en medio del área metropolitana de Barcelona, cualquiera lo achacaría a su excelente ubicación. Se pueden imaginar mil y una anécdotas de Sara viviendo en el bosque con su marido y cuatro niños, mientras los jabalíes se acercaban a la puerta en busca de comida o las ardillas se daban festines de piñas frente a las ventanas del salón. Pero no es solo eso lo que le ha llevado a considerarla su casa soñada. Hay muchas más razones que las ocho mil hectáreas de espacio natural protegido, con zonas forestales, prados, pantanos y una fauna diversa.
“Es una casa muy cómoda, con grandes espacios abiertos y luminosos, zonas para nosotros, para nuestros cuatro hijos y mucho espacio de almacenaje. Es confortable, bonita pero fácil de mantener y de limpiar, con un estilo atemporal que encaja con el entorno y no exige grandes renovaciones”. Conseguir este resultado, partiendo de un edificio existente que la normativa del parque prohibía ampliar, y sin suministros en la zona, se convirtió en un auténtico tour de force que duró cuatro años y medio, y que incluyó contratar a un zahorí (un buscador para encontrar agua subterránea) y a un pocero, instalar un generador y construir un depósito de gasóleo.
Asumió el proyecto, rescatando los conocimientos de interiorismo que adquirió a principios de los setenta en una pionera escuela de decoración de Barcelona. “Acabé en el mundo del arte, pero ahí estaba el poso y la chispa de la decoración”.
Con un amigo arquitecto adaptó la casa al terreno en pendiente, con tres cuerpos, la planta baja para las zonas comunes, una media planta para las habitaciones de los hijos y de servicio con entrada independiente y la primera planta para la suite del matrimonio.

A LO HEIDI
Vivir en un parque natural
Para darle un aire campestre, ensanchó los muros, colocando bancadas de obra, abrió arcos, instaló carpinterías de madera y puertas mallorquinas y vigas vistas “cuadradas, nada rústicas y con textura, sin pulir y patinadas en el tono de las paredes”. La madera se despliega también en la tarima de roble antigua, que mandó biselar y teñir en nogal, para unificar el tono con la encimera del baño y los muebles de cerezo de la espléndida cocina, y en grandes muebles patinados y a medida, proporcionales a los espacios.
El baño merece mención aparte: “Quería un espacio abierto al vestidor, relajante y luminoso para disfrutar de la naturaleza exterior. La madera de roble americano, casi sin nudos, me ayudó a crear un espacio elegante con un toque rústico, aunque actual y ligero a la vista”. Esta sensación de ligereza la comparten los cajones bajo encimera sin tiradores y la original estructura inferior con armarios, que aprovecha el rincón entre la bañera y el mobiliario para guardar toallas y enseres.
Junto a los suelos de barro manual, las paredes de cemento teñido de los baños y las de color piedra “pintadas a trapo y con aspecto de terciopelo” y las telas naturales otorgaron a la casa su belleza atemporal.
“En Navidad, con el jardín nevado, está espectacular”, explica y rememora tantas fiestas vividas en familia. “Pero nos hacemos mayores, los hijos ya han volado y la casa se nos ha hecho grande”. Así que han dedidido venderla y buscar otra casa. “Cuestión de prioridades y de nuevas etapas de la vida”, dice con una gran sonrisa.