Vivían en una casa actual, en el Alt Empordà, cuando decidieron cambiar de estilo. Buscaron una masía como las de antes. Y eligieron esta. Con un porche de paredes de piedra y vigas de madera. Y con techos de bóveda catalana en la planta baja, suelos de toba, ventanas con contraventanas de madera y una cocina campestre. Pero necesitaban adaptarla a las necesidades de la vida actual de una pareja con niños y refrescar su estilo.
Una renovación perfecta
La decoradora Gemma Mateos se centró en abrir los espacios, unificar su color y conectarlos con el gran jardín asilvestrado, una de las joyas de la casa. “El terreno tiene una ligera pendiente, por eso la planta baja es un mirador elevado sobre el jardín. Convertimos el porche en un salón comedor de exterior para disfrutarlo todo el año, con muebles que encajan con su arquitectura tradicional, de madera lavada y de hierro, confortables y sencillos. Y transformamos el estrecho salón en el espacio principal, tirando una pared para crear una zona de asientos frente a la chimenea y otra para ver la televisión. Cambiamos de sitio la chimenea y como quedaba entre ventanas, construimos baldas de obra que dinamizan la pared”.
Cómoda, vintage y artesanal
Los muebles, como en el resto de la casa, son una combinación de “asientos cómodos, piezas actuales, vintage y otras de carácter campestre y artesanal. Iba a ser la vivienda habitual de un matrimonio joven con dos hijos pequeños, y tenían que sentirse a gusto y no desplazados de lugar o de tiempo. Los espacios comunicados y generosos, la claridad y la comodidad, fundamentales en el estilo de vida actual, también son posibles en una masía”, dice la decoradora. Por eso abrió, además, la cocina al comedor. “Tiramos un tabique y colocamos una isla de trabajo como separación, con un frente liso y taburetes para que los niños dibujaran o hicieran los deberes mientras se cocina y con baldas para guardar ollas por detrás”. Ahora, dos arcos de carpanel –que en el Empordà llaman “de carro”– abren ambos espacios.
Una cocina más actual
Sintonizan con las carpinterías, los envigados, la bóveda de crucería del recibidor y los nuevos muebles de obra, elementos constructivos habituales en las masías de la zona. La decoradora optó por un tono piedra, “discreto, luminoso y cálido”, para unificarlos, el mismo de la mesa de comedor y la encimera de la isla de trabajo, de madera maciza, dos de las piezas que diseñó para la casa. “Son de madera de pino joven, para que absorba bien la pintura al agua con pigmentos, que deja las vetas a la vista y le da un aspecto muy cálido. Un barniz transparente, mate y antimanchas sella la superficie. Para las paredes he utilizado varios tonos piedra conseguidos con Pinturas Jotun, española y de buena calidad”. Con este tono actualizó las baldosas amarillas del salpicadero y los muebles oscuros de la cocina, también de madera maciza. “Los reubiqué y añadí un armario despensero junto al fregadero de mármol, que también es recuperado”. También rediseñó la campana en estilo provenzal. Y, en el dormitorio principal, eliminó un tabique para conectar la zona de descanso con la de estar y el vestidor. El nuevo arco adintelado, decorado con dos columnas antiguas, da amplitud a esta estancia vestida con tapicerías de lino blanco. Y permite que la luz que se cuela por sus pequeñas ventanas circule sin obstáculos. Como las de la planta baja, abocinadas y apodadas “de fraile” por su forma de capucha, se construyeron con la casa, hace unos 20 años, por alguien que también quería “una masía como las de antes”.