La nostalgia de Amador por su isla natal le llevó a crear esta casa, primero en su mente y luego sobre la tierra. Usó materiales autóctonos y una decoración fresca para atrapar la luz que tanto añora.
Cuando algo se lleva en la sangre, termina por aflorar tarde o temprano. La historia del arquitecto Amador Calafat-Busquets es un buen ejemplo. Hace 32 años, este mallorquín se enamoró de una chica alemana y decidió comenzar una nueva vida en Hamburgo, en el norte de Alemania. Allí ha desarrollado una brillante carrera profesional, ha formado una familia y es feliz, pero siempre, siempre, una parte de su alma se ha refugiado en su isla natal.
En las noches de invierno en la fría ciudad donde vive, solía recordar su Mallorca natal, añorando el aire del Mediterráneo, el aroma del romero y el cielo azul, purísimo. Fue una de esas noches gélidas cuando Amador imaginó una casa en Mallorca. Poco a poco, la casa fue creciendo en su mente: el terreno, los planos, los materiales, los artesanos... Hace cinco años, ya estaba terminada en su imaginación: había llegado el momento de hacerla realidad.

¡Viva la luz!
La Provenza... en Sotogrande
“Casi todos los veranos veníamos de vacaciones a la isla, pero íbamos a hoteles o a casas alquiladas. Mi sueño era tener un lugar propio, creado a nuestro gusto”. Así que cerca de Santanyí, al sureste de la isla hizo sus sueños realidad, construyendo de nuevo una casa que respeta la tradición arquitectónica mallorquina.