Sobre una pequeña loma se asoma esta espléndida casa a los paisajes de Cádiz. Y la interiorista Cándida Taylor quiso que también desde su interior se disfrutara de ellos. Así, el salón se entrega a las vistas desde un magnífico ventanal que sigue las líneas marcadas por el poderoso techo a dos aguas. Ligeros perfiles blancos hacen de él una pared acristalada. La luz salta y rebota por las sillas afrancesadas decapadas en dorado, por las butacas inglesas y por la chimenea delicadamente estucada. En la cocina, muy completa y también enamorada de la frondosidad el jardín, se alienta la atmósfera campestre. El techo envigado y su armazón evocan suavemente un almacén de alimentos, donde preparar comidas y cenas se convierte en todo un placer. Una práctica isla, equipada con cajones, estantes y todo tipo de accesorios, se convierte en el centro neurálgico de este espacio rodeado de verde. Un entorno brillante, salpicado de rosas, hortensias, geranios y arómaticas. El porche es, más que un rincón de estar, una explosión de deliciosos olores y sonidos, provenientes del frondoso jardín, y lo recoge creando una atmósfera encantada, ligeramente silvestre. El deleite en los detalles alcanza su esplendor en el comedor. Su aire refinado lo potencian no solo su formidable ventanal, también el estilo gustaviano de sus sillas y las leves espirales que dibuja la lámpara de forja. La elegancia nos acompaña hasta el baño de la suite, revestido con mármol italiano, y comunicado con el dormitorio a través de una celosía que protege su intimidad pero deja entrar la luz como una caricia. Celosía que en la zona de descanso suma claridad. Aquí, la amplitud ha permitido colocar un gran dosel que parece proteger la cama, y lo acompaña una acogedora zona de estar. Piezas que hacen de este espacio un lugar lleno de serenidad.
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