Después de la reforma esta antigua masía se ha convertido en una casa espectacular en la que conviven en armonía los materiales originales de aquella construcción con una cuidada decoración de estilo gustaviano.
“Estaba casi en ruinas; me propuse restaurarla –nos cuenta– con fidelidad a los materiales y el estilo de la zona. Pero busqué al mismo tiempo crear unos ambientes abiertos, que respiraran amplitud por la altura de los techos y claridad por las grandes aperturas”.
Un jardín que mira al bosque
Un porche con techo de madera y suelo de barro corona la casa por una de sus fachadas laterales. Es un lugar recogido, apto para todo el año. Pero el frente principal se abre ampliamente al jardín, que se extiende sin obstáculos hasta el bosque. “Tanto las piedras de los muros como las tejas de barro son piezas recuperadas, procedentes de derribos de la misma comarca”, comenta el propietario. A la sombra de un árbol añejo, un improvisado rincón donde desayunar o merendar sin prisas.
Un salón con dos tertúlias
El salón se divide en dos tertulias, la más invernal, junto a la chimenea y, en medio, una zona de despacho y biblioteca. El pavimento es de tarima de roble y las paredes están encaladas. “Es el antiguo granero, de casi 100 m2 –dice Peter–. Eliminamos las columnas; el techo se sustenta en la viguería, apoyada por dos estructuras triangulares”. La gran embocadura de piedra fue adquirida en Francia, y las lámparas de sobremesa están hechas con antiguos botes de té de China.
El jardín penetra por los grandes ventanales y su luz potencia la belleza de algunas piezas, como la mesa de centro cuyo sobre es una antigua puerta o la embocadura de la chimenea.
Con una librería provenzal
El sello personal de la casa lo marca el mobiliario antiguo de estilo gustaviano, con piezas de madera pintada de gris claro. La cómoda, el escritorio o la mesa tras el sofá son piezas destacadas de esa colección. “Es un estilo característico de las casas de campo de Suecia, país donde tengo familia. Es la versión nórdica, sobria, de los muebles franceses de línea Luis XVI”, según cuenta Peter. La gran librería, en cambio, la compró en una subasta en un pueblo de la Provenza.
Un guiño a la tradición en el comedor
El comedor se encuentra en el espacio donde vivían los antiguos habitantes de la casa. El techo es un ejemplo magnífico de la tradicional bóveda catalana, una construcción forrada con ladrillos de barro que ha sido restaurada con gran cuidado. Los muebles gustavianos están presentes también aquí: la alacena, la mesa con alas desplegables o el platero de pared, con su vajilla de estaño, “una pieza clásica en las casas rurales de Suecia”, según asegura el propietario.
Un dormitorio decorado con piezas muy escogidas
El dormitorio principal alberga uno de los muebles favoritos de la colección gustaviana de Peter, un banco que se transforma en cama y que su propietario mantiene a propósito sin repintar, tal y como lo compró. “Aquí dormían los campesinos suecos hace más de doscientos años. Se rata de una pieza preciosa, pero yo prefiero descansar en la otra cama”, bromea. En las paredes, dos obras del pintor Olivier Raab, un artista del que Peter se confiesa devoto.
En el dormitorio es la tarima de roble la que regala calidez. La confortable colcha, los cojines, la banqueta y el cabecero tapizado también la potencian. La pared sobre la que descansa la cama se frena antes de llegar al techo abriendo un espacio decorativo que crea una mayor sensación de amplitud a la estancia.