La vida está llena de coincidencias y sorpresas y más cuando se tienen un montón de conocidos. “Una amiga mía se había retirado al Ampurdán y me invitó a ver las obras de una antigua casona de pueblo que había comprado para dividirla en tres viviendas. Fue un auténtico flechazo y como buscaba una casa en esta zona, me quedé con una de ellas. Se la enseñé a dos conocidos míos que compraron las otras dos”, recuerda la propietaria. Ahora viven o pasan largas temporadas todos juntos y han acabado formando una cadena de amigos con dos pasiones en común: el Ampurdán y su arquitectura tradicional.
“Cuando la vi, la imaginé. Quería una casa abierta al jardín con hiedra trepando por los arcos, con una planta baja diáfana, cocina abierta al comedor y una isla central para invitar a amigos”. El punto de partida fue esa nueva distribución que ideó su amiga Carmen Solà junto al interiorista Pepe Cortés, que participó al principio del proyecto.
Los tres bellos arcos de la planta baja recobraron importancia y reordenaron sus 154 m2 en recibidor, el salón y el comedor, la cocina con zona de servicio y un aseo. Y en la primera planta del mismo tamaño se ubicaron tres dormitorios y dos baños y se comunicaron con la terraza.
Para que esta bella casa del siglo XVIII fuera confortable y moderna se la dotó de principios sostenibles. Los dueños confiaron en los arquitectos Lluís Auquer y Ferran Prats, que llevan casi treinta años utilizando arquitectura ecológica ‘low tech’. Este sistema reutiliza materiales tradicionales del mismo entorno para rehabilitar las viviendas.
“Liberamos e iluminamos los interiores aprovechando las bóvedas, envigados y carpinterías, que en esta zona suelen ser de madera de álamo de calidad –explica Ferran Prats–. Además, reciclamos materiales de derribo de otras obras y los utilizamos en otras casas, como las baldosas de toba de la planta baja, que estaba sin pavimentar”. También estucaron las paredes con mortero y las pintaron con pintura natural a la cal con pigmentos que, mezclados con aceite de linaza, dieron color a las carpinterías. La casa recuperó así todo su esplendor.
Pero el mayor logro fue incorporar tres porches con hiedra multicolor: uno en el jardín, otro bajo uno de los arcos y un tercero, pequeño pero muy especial, en la terraza del dormitorio. “La casa tienen una luz increíble y unos espacios únicos, maravillosos, de los que estoy muy orgullosa”, añade la propietaria desde la ventana que enmarca el pequeño porche chill-out de su dormitorio.