Hay lugares que disfrutamos en verano y recordamos melancólicamente durante el invierno... Pero este no es el caso de Rafael Fullana y Juana Mª Ferragut, una pareja que vive todo el año en Mallorca, gozando también de la isla en los meses de frío, que siempre deparan sorpresas. “En Son Lliure es verano todo el año”, nos cuenta Rafael, propietario de esta casa señorial que reproduce las antiguas heredades mallorquinas.
Entre olivos centenarios y buganvillas
Rodeado de un jardín domesticado, repleto de historia como la misma isla, los olivos centenarios, la lavanda, los cipreses y las buganvillas abrazan los muros. Y fue precisamente este entorno lo que llevó a Rafael y a Juana a comprar una finca de olivos y algarrobos en Porto Cristo, a pocos metros de una de las playas más idílicas de la zona. “Esta es una casa muy soñada y meditada –nos insiste Rafael–. Juana y yo estábamos entusiasmados con la idea de construir una vivienda a nuestra imagen y semejanza, que atesorará ideas, gustos personales y que sirviera a la vez como un lugar de trabajo.
Materiales con pasado
Tanto en la estructura como en los materiales y en las técnicas de construcción hemos sido respetuosos con el entorno y con la tradición”. Coloreada con pigmentos del propio terreno, se han usado materiales naturales y sostenibles. La fachada es de piedra viva, los arcos y columnas están realizadas con piedra de Santanyí –la misma usada en la catedral de Palma–, los marcos de las ventanas son de cemento a la cal pigmentado y pulido, los suelos interiores, de cemento pulido y los exteriores, de cemento sin pulir para dejar que las partículas naturales se vayan integrando poco a poco en el terreno. Este respeto por lo genuino también está presente en la fachada de Son Lliure, que se inspira en las logias, habituales en la casas nobles mallorquinas, y que aquí se ha diseñado con tres grandes arcos que forman el porche.
Unida al exterior
Ordenada sobre dos ejes perpendiculares, la casa se abre a una sola planta con dos cuerpos rectangulares, uno destinado a vivienda y otro a un generoso estudio de diseño e interiorismo. Ambos están conectados a través de un patio con mandarinos y arcos de herradura, que nos remiten al pasado árabe de la isla. Las puertas de hierro y cristal conectan el jardín con el salón y ofrecen luz y transparencia a los interiores. Frenta a las arcadas, y siguiendo uno de los ejes, se encuentra la gran piscina rectangular acompañada de un calinou –construcción inspirada en la tradición árabe–, como un cenador, utilizado como chillout.
“Por supuesto, tampoco podía faltar un pequeño huerto para recoger nuestras propias frutas y verduras”.
Una casa abierta a los amigos
Orientada hacia el suroeste, para captar la luz y el calor del sol, tiene unos interiores muy acogedores. La zona de estar y el comedor se abren a la gran cocina, separada por grandes puertas de cristal. “Es una estancia muy importante para nosotros y queríamos que no quedara aislada. Recibimos a menudo a amigos y familiares y nos gusta hacerles partícipes de nuestras aficiones culinarias. Desde el salón, una puerta de madera comunica con la suite principal, con dormitorio, vestidor y una bonita chimenea con doble faz que también se abre al salón.
Decorada con técnicas muy antiguas
El otro eje de la casa recorre dos dormitorios que comparten cuarto de baño, una biblioteca, lavandería y el hall de entrada que enlaza con el patio de mandarinos. Austera y esencial, la decoración interior se unifica con el suelo pulido y las paredes de Perli, una escayola sin pulir, y pintadas a muñeca en el mismo tono que el suelo. “Conocemos a artesanos que trabajan con técnicas muy antiguas y el resultado ha sido espectacular”. El mobiliario, con acabados naturales en tonos pálidos, entona con esa base de color y se mimetiza con el conjunto para conseguir una decoración atractiva y relajante a la vez. La pareja, su hija Claudia de 11 años, y dos perros se sienten bien aquí: “Desde que llegamos nada ha cambiado. Es como vivir todo el año en tu casa de verano”.