Situada en la cima de una colina, a 500 metros de altura, esta casa solitaria y acogedora reina sobre un valle de encinas y olivos que hechiza la vista. Un tesoro insólito porque sobre esta zona planean unas restricciones urbanísticas que aseguran su tranquilidad presente y futura. Ya no se otorgan nuevas licencias para construir en este rincón verde, pertenenciente a un municipio de solo treinta y dos vecinos de los que la mitad son niños. Así que sus propietarios tienen garantizada la exclusividad de un paraje que ha permanecido inalterable durante siglos.
Pero aunque la casa parezca casi tan antigua como el mismo valle, en realidad es una obra nueva, aunque hecha a imagen y semejanza de las construcciones mallorquinas más tradicionales. “La licencia estaba concedida desde hacía muchos años y se iba renovando periódicamente. Nosotros la compramos en el año 2002, cuando las obras ya estaban empezadas”, cuenta el actual propietario. El proyecto había sido encargado al arquitecto Bernardo Oliver, uno de los mayores entendidos en la construcción autóctona. “Todo el mundo piensa que es una casa antigua”, confirma el propietario. Los materiales de la zona, desde la fachada hasta los pavimentos de piedra extraída en canteras cercanas, son la clave de esta apariencia tradicional.

La maestría arquitectónica, que el dueño resume en la concepción de los espacios y en el sabio tratamiento de la luz, son un pilar importante del bienestar que proporciona vivir en ella. “Es un gusto moverte dentro de la casa. Los ejes están planteados de forma espléndida. Las estancias son grandes y abiertas, pero tan bien pensadas que no pierden su independencia y, en cambio, permiten disfrutar de la panorámica desde cualquier punto. Las ventantas tienen el tamaño exacto para que la luz entre por ellas sin molestar en ningún momento”, relata el dueño, que junto a su familia disfruta de compartir con los amigos el goce de la vida en el valle, uno de los rincones más frescos de Mallorca. Esta singularidad climática está perfectamente contemplada en la arquitectura. La casa resulta cálida en invierno, cuando en este paraje se repite varias veces el espectáculo de la nieve, un fenómeno bastante insólito en la isla. Y en verano resulta todo un placer darse un chapuzón en la piscina, tomar un refrigerio bajo el cañizo del porche y seguir disfrutando de una agradable temperatura de puertas adentro.
El propietario quiso ocuparse personalmente de la decoración de los interiores, distribuidos en dos plantas. “Por mi trabajo estoy familiarizado con estilos arquitectónicos y decorativos muy diversos. No tenía una idea preconcebida para la casa, sino mucha información que he ido destilando sobre la marcha”. Como el sabio empleo del papel pintado, los muebles de obra o de madera noble, o las tapicerías claras que reflejan toda la luz del valle donde reina, exquisita, esta típica casa mallorquina que no aparenta su juventud.