Un pavo real nos da la bienvenida a la casa, el centro de esta hacienda con vistas a la Sierra de Gredos en la que sus propietarios, de origen venezolano, han querido cultivar la tierra, criar ganado y disponer de un buen número de animales de granja. “Aunque esta sea una casa que disfrutan solo en vacaciones o algunos fines de semana –dice Fanny Iniesta, de la firma Becara, responsable de la reforma interior de la casa– la actividad en la finca es continua”. Al dejar la ciudad y llegar aquí lo que busca la familia es “un retiro espiritual, que ellos consiguen gracias a una auténtica inmersión rural”. Las verduras y frutas de temporada parecen crear bodegones en la cocina y las vacas y gallinas no andan lejos. “Aquí impera lo natural y ese es el espíritu que hemos querido dar a la casa”, afirma Fanny.
En verano la finca está espléndida e invita a la vida al aire libre; en invierno todo está dispuesto para vivir plenamente el interior y pasear por el campo en las mañanas de sol. Aprovechar la belleza de la naturaleza circundante es uno de los ejes conductores de la reforma arquitectónica que ha promovido la apertura de enormes ventanales. “Cuando compraron la casa, la planta baja era un laberinto de habitaciones, así que era muy oscura y asfixiante. Ellos querían luz, espacio, vitalidad y, sobre todo, espacios polivalentes para que los miembros de la familia pudieran estar juntos sin interferir en sus distintas actividades”.
Lo primero que se hizo fue eliminar tabiques, agrandar ventanas hasta el suelo para introducir el paisaje y acondicionar el espacio a su nuevo uso. La planta baja de la antigua casa se transformó en un lugar diáfano, con diferentes zonas de estar en las que compartir charla y juegos, y una enorme cocina incorporada al comedor y al salón formando una sucesión de ambientes.
Familia numerosa y acogedora, a los cuatro hijos de la pareja hay que añadir las habituales visitas, de ahí que la casa conste de ocho dormitorios, todos ellos situados en la planta superior, y de múltiples ambientes donde tener alguna intimidad sin tener que aislarse del grupo. “La cocina abierta fue uno de los requisitos indispensables –afirma Fanny–, pero también se decidió que tuviera una barra independiente para los niños, tener la libertad de hacer un almuerzo informal...” Pero hay otra barra que llama la atención: “es de hierro y en torno a ella se escucha música y se puede tomar una copa con amigos. Es algo muy venezolano”.
La cocina abierta fue uno de los requisitos indispensables para esta familia numerosa
La zona de estar en torno a la chimenea con la butaca de piel, el rincón del escritorio o los sofás frente a la pantalla de televisión favorecen la comunicación. “Revestimos las paredes de piedra porque pensamos que aportaba calidez”, comenta Fanny. El cambio de textura favorece el dinamismo en un espacio amplio. Las vigas en el techo y los pilares de madera son originales, la mayoría conservan el color primitivo y algunas vigas se decaparon para teñirse a mano.
El color que predomina en la casa es el blanco en paredes, cortinas –de lino–, tapicerías de los sofás –de terciopelo– o estores. Las pinceladas de color las aportan piezas como el baúl de la entrada, el biombo y el banco de madera frente al sofá principal ,“todas ellas piezas de la India”. El espejo del hall sobre una consola es otro elemento destacable. “Se apoya en una pared –explica Fanny– tras la que se esconde una zona de despensa”.
En la planta superior la ordenación interior se ha respetado. Solo el dormitorio principal ha modificado su distribución: “Ahora se disfrutan de las vistas desde la cama”, dicen. Y es que despertarse cada mañana con las vistas espectaculares a la Sierra de Gredos ha valido la pena.