Tradición, modernidad y alegría en una sola casa, a la que nos acercamos por un camino flanqueado por muros de piedra seca. Solo las cigarras, con su canto obsesivo, rompen el silencio de la tarde estival. De repente, unas risas infantiles surgen de no se sabe dónde. Tras un recodo vemos a un grupo de niños y niñas que juegan arrastrando un carrito. Al mismo tiempo, un intenso aroma de lavanda nos da la bienvenida, la casa está rodeada de un precioso jardín, obra del paisajista Juan Von Knobloch.
“Hace diez años buscábamos una casa en Menorca para pasar las vacaciones, nos explica la propietaria. Queríamos un lugar tranquilo, alejado de las playas bulliciosas, y, gracias a una buena amiga, encontramos esta vieja casa de labranza. Estaba abandonada, pero supimos que la búsqueda había terminado”.
La rehabilitación corrió a cargo de Miguel Olazábal, del estudio de arquitectura GEO Arquitectos: “Mantuvimos el aspecto exterior, pero cambiamos completamente los interiores. Básicamente hicimos un trabajo de limpieza, derribando tabiques, ganando estancias amplias. Dimos una nueva vida al espacio, comunicando las dos plantas que tenían un uso distinto al de siglos anteriores”.
La casa cuenta hoy con dos porches, uno abierto y otro cerrado, “la antigua cuadra, donde ahora tenemos la zona de estar”, señala la propietaria. Las estancias interiores son de un blanco intenso. “Hace un año volvimos a encalarlo todo”, explica. El estar se ha organizado en torno a una mesa de herencia, y un sofá-banco de madera, dos butacas tapizadas por la propietaria y una escultura de Teresa de la Pisa. Uno de los espacios interiores más bellos es el dormitorio principal, en la planta baja, con cubierta inclinada. “Al estar en el piso de abajo hay salida directa al jardín donde tenemos un rincón privado y muy silencioso, con una palmera”. Es el oasis perfecto.