Como en los buenos cuentos infantiles, esta historia comenzó hace mucho tiempo. Marta y Miguel eran una pareja muy joven, estaban en aquella etapa de la vida en que los límites de los sueños suelen ser más amplios que las posibilidades de alcanzarlos. El suyo, tener una casa de vacaciones en Cantabria, tuvo que esperar.
Cuando al fin pudieron dar forma a aquella ilusión, encontraron vacía y a su alcance una de las casas que les habían conquistado tiempo atrás. El final feliz de aquel reencuentro tiene varios nombres propios: el del arquitecto, Carlos Pérez Pla, el de los constructores, los hermanos Vega Díaz, y el del aparejador, Francisco Sanjuán. Entre todos, alentados por la ilusión de los propietarios, supieron dar una nueva vida a esta vieja casa con establo.
“La utilizamos muchísimo, durante todo el año. Queríamos que el día de mañana nuestras hijas también pudieran disfrutarla por su cuenta, así que planeamos una distribución que permitiera habitarla como una vivienda única, pero también como dos casas independientes”, cuenta la propietaria.
La distribución hace que se pueda disfrutar como una casa única o como dos independientes
La casa muestra un soberbio equilibrio entre elementos tradicionales, como la madera y la piedra, con otros de vocación industrial, como las lámparas del salón o los pilares de hierro con que reforzaron la estructura. Desde el decapado de las vigas antiguas a la base neutra de la decoración, todo está pensado para potenciar la claridad. Además, los propietarios querían que la casa se abriera al exterior, con soluciones como las grandes cristaleras del salón y una decoración que se inspira en el jardín salpicado de hortensias, buganvillas, lavanda, y romero.
Lo evocan los colores, como el lila de muchos complementos del salón o el verde césped de los cojines. También los motivos florales de las telas de los dormitorios. Y, por supuesto, los bouquets y ramos que aportan alegría y un toque natural a cada una de las estancias. A Marta le encanta sentarse frente a la cristalera del salón y contemplar las plantas.
Un cálido rincón desde el que observa cómo florece la vida en esta vivienda cántabra que dejó de ser una utopía para convertirse en un sueño cumplido. Mírala (y admírala) en la galería de imágenes. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.