La casa de fin de semana suele ser la mimada de la familia. En ella volcamos nuestras expectativas para ser felices y, muchas veces, lo conseguimos. Los propietarios de esta casa de madera lo lograron.
A menudo, las segundas residencias tienen alma. Ponemos tanto cariño en crearlas y decorarlas que no solo nos regalan un efecto balsámico, también nos dan una afinidad especial, que la vivienda habitual no siempre consigue. Esa agradable sensación es la que tienen los propietarios de esta casa, a la que han dedicado dos intensos años de trabajo: “El terreno lo teníamos localizado desde hacía algún tiempo. Fantaseábamos con la idea de comprarlo y hacernos una casa –dicen–, y el contacto con un buen constructor nos animó a dar el paso”.
Niels Aben es un hombre de negocios, propietario de un camping a unos kilómetros de la casa. “En los alrededores puedes practicar deportes de montaña, hacer turismo rural o dar tranquilos paseos campestres. Lo que más me gusta es la idea de estar en contacto con la naturaleza sin renunciar a las comodidades de una vivienda urbana”, explica.
Niels y su familia apostaron por hacer una casa de madera, que es muy aislante y se integra bien en el entorno natural. Pero buscaban también que el interiorismo respirara cierto aire chic y se alejara del estilo rústico. Necesitaban la informalidad de una vivienda de fin de semana y la madurez de un espacio seductor en cualquier época del año. La elección de algunas piezas de mobiliario y el uso de dos colores, el gris cobalto y el blanco, ayudaron. “El blanco nos parecía imprescindible para conseguir espacios muy luminosos. Lo pintamos todo: paredes, techos, vigas, gran parte del suelo y del mobiliario. El gris, presente en algunas habitaciones, favorecía el espíritu de seriedad que buscábamos, por ejemplo en el dormitorio principal”.
Desde la primavera hasta el otoño, el porche es la zona estrella y se transforma según transcurre el día. Una simple tarima de madera acota un espacio contemplativo orientado hacia el bosque. Como improvisado comedor invita a largas tertulias al anochecer. En el interior, una mesa para ocho se utiliza como zona de trabajo o comedor de invierno.
La casa está dividida en dos plantas. En la inferior un solo ambiente une cocina y salón. La superior alberga los dormitorios y aprovecha la luz cenital que se cuela por las claraboyas del techo abuhardillado.
Puertas y amplios ventanales –siempre abiertos cuando el tiempo acompaña– conectan el interior con el exterior. Y la sobriedad del mobiliario se enriquece con alguna pieza antigua y las lámparas de araña que iluminan cada estancia. Aportan el toque justo de sofisticación.