Parece que siempre estuvo ahí porque es una construcción amable que se arraiga en el jardín y se mimetiza con su entorno. “La simplicidad es la mayor sofisticación”, afirmó Leonardo, y esta naturalidad es uno de los atractivos del hogar de Ingrid Segers; una casa acogedora pensada para que la disfrute su familia y los amigos. Hace tan solo seis años que Ingrid, una ejecutiva belga, decidió emprender una aventura guiada por la vocación que le acompañaba desde sus años de estudiante.
“Había llegado el momento de ponerla en práctica –nos dice–. Siempre me he sentido atraída por el interiorismo, la arquitectura y, de algún modo, por el negocio inmobiliario. Buscar un terreno, edificar y decorar una casa me parecía un pasatiempo al que podía dedicar algo más que unas horas de ocio”.
La conexión con su amiga Annemie Coppens la animó hasta el punto de profesionalizar lo que, hasta entonces, había sido una afición. “Formamos un buen tándem -se entusiasma- porque somos pacientes y capaces de invertir el tiempo que haga falta hasta encontrar lo que andamos buscando”. Hoy, en Porte Bonheur, su empresa, trabajan quince personas dedicadas a lo que siempre había considerado como su afición.
Una prueba... maravillosa
Su casa fue la primera que reformaron, el banco de pruebas para todas las demás. “Quería la casa de mis sueños. Con esa idea la hicimos y así trabajamos siempre, sin dar por bueno nada de lo que no estemos realmente convencidos”. El sueño empezó por la búsqueda del terreno que debía estar en plena naturaleza y tener magníficas vistas sin alejarse de la ciudad, donde la familia desarrolla su vida profesional. “El entorno es fundamental –apunta– porque valoro la relación entre el interior y el exterior. Es importante cómo se percibe el jardín desde la casa y cómo esta se prolonga hacia afuera”. Estructuras abiertas como porches, terrazas o cenadores y ventanales permiten que esa comunicación exista desde ambos puntos de vista. En un año estuvo lista: “Quería una casa en el campo con todas las comodidades de una casa del siglo XXI”, recuerda.
El encanto de los detalles
La orientación aprovecha al máximo la luz natural y hay chimeneas en las habitaciones: “El encanto suele estar en los detalles”, comenta. Ingrid y Annemie viajan a Holanda y Francia para comprar materiales antiguos: puertas, vigas..., que más tarde reutilizan en sus proyectos. “Lo cierto es que gran parte del mobiliario ha sido creado por nosotras con una base de maderas antiguas”, explica Ingrid.
Dos plantas, cinco dormitorios –en el piso superior con techo abuhardillado–, varias salas de estar y una cocina que es el punto de encuentro de la familia. “De ahí que la cocina sea amplia, porque la usamos mucho realmente, aunque la casa está repleta de rincones donde sentarse y disfrutar de las vistas”. Ingrid huye del artificio y prefiere los colores naturales: arenas y terracotas “que combinan con el verde del jardín”, y tejidos naturales, como los linos y algodones. Desde el mes de mayo hasta septiembre el exterior se vive intensamente y por ello, junto a la piscina, se levanta una casita con un dormitorio, una cocina, porche, bodega y una barra tipo bar para las fiestas en el jardín. También aquí no podía faltarle detalle.