Una pareja joven con cuatro hijos quería “una casa supercómoda y fácil de mantener”. Porque efectivamente, cuando uno tiene cuatro hijos, la palabra que más quiere oír en la vida es esa: “Fácil”. Y de repente, sufren un flechazo, algo más complicado de lo esperado. Se topan con la casa de sus sueños. Pero es centenaria… ¿Qué hacer?
“La casa es de 1907 y está catalogada. ¿Qué significa esto? Que podíamos reformarla pero debíamos conservar su arquitectura y elementos singulares. ¿Ves la torre? Desmontamos toda la cubierta, cambiamos las baldosas cerámicas por otras nuevas que imitaban a las originales y la volvimos a montar”, explica Juan Carlos Escrivá, del Grup Escrivá Interiors, responsables de la reforma.
Porque, claro, enamorarse de esta casa es muy fácil. Con una singular arquitectura y vistas de infarto, la promesa de que aquí cada verano sea el de nuestras vidas está siempre en el aire.
El exterior no podían tocarlo... pero en el interior tenían vía libre. “La planta baja estaba llena de pequeñas habitaciones y los propietarios quisieron tirarlo todo abajo para ganar un espacio amplio y diáfano”, recuerda Juan Carlos. Y es que, para una casa con niños, diáfano es otra de las palabras que nos suena a música celestial.
Por eso el comedor, la cocina y la zona de estar comparten un gran espacio común con salida a la terraza. Ah... la terraza. Tenemos que hablar de la terraza: más que una terraza es un regalo del cielo. Nos imaginamos cómo debe de ser desperezarse a primera hora de la mañana mirando al mar, comer con los barquitos de fondo (sí, son de verdad) o leer hasta el anochecer con la brisa fresca del Mediterráneo...
Dentro, el estar se ha organizado en dos zonas: enfrente de la cocina, un rincón de lectura y relax con un par de butacas; y otra más completa y familiar con un gran sofá delante de la chimenea. Y es que aunque la decoración es fresca –dominada por blancos, azules y grises, en sintonía con su entorno marinero–, esta no es solo una casa de veraneo. Por eso tiene chimenea –“petición expresa de los propietarios”– o el suelo radiante, que mantiene la casa caldeada o fresca según la época del año.
Juan Carlos desvía nuestra atención hacia la cocina. Aunque no lo parezca, tiene unas puertas correderas casi invisibles que permiten cerrarla o abrirla, según se quiera. Con sus muebles de color gris intenso y su encimera de acero, es una nota de color que se agradece en la atmósfera dominada por los neutros. La cocina es, precisamente, la niña de los ojos del propietario: “Le encanta cocinar y todo se pensó según sus necesidades”. Otro punto que sumar al bienestar y la alegría familiar.
El dormitorio, en cambio, se decoró en clave femenina, con un cabecero de madera y sábanas del mismo azul que el mar. Está en la planta superior y desde aquí, las vistas también te atrapan. Solo tienen una competidora: la bañera exenta del baño, que es el imán de todas las miradas. ¿Cómo no enamorarse? Queremos que siempre sea verano.