Josep Curanta nos contagia su entusiasmo cuando habla de la rehabilitación de esta casa, situada en un bello pueblo ampurdanés. La construcción era casi una ruina y él, con el proyecto técnico de Núria Vidal, le ha devuelto la vida.
Un amplio e invitador vestíbulo recibe al visitante por la entrada de la calle, en la fachada opuesta al jardín. El acceso es una gran puerta cochera de doble hoja en la que se han abierto ventanas con postigos para favorecer la entrada de luz natural. “Con el fin de ganar altura, rebajamos toda la planta baja unos sesenta centímetros –detalla Josep–. Así los techos se ven más altos y se respira amplitud, algo que siempre se agradece”. El techo del vestíbulo es de vuelta catalana rebozada en blanco y el pavimento, como en toda la vivienda, de toba manual. “La única pared en la que conservamos la piedra a la vista, aparte de las del jardín, es la de la escalera, una forma de vincularnos al pasado, al origen”, comenta el constructor.
“La relación estrecha entre las diferentes estancias fue otra de las metas de nuestro trabajo. De alguna forma nos inspiramos en las grandes villas de la antigua Roma, diáfanas y vitales, en las que las barreras entre el interior y el exterior se difuminan al máximo –explica Josep–. Las divisiones son las mínimas imprescindibles y las miradas y la luz corren sin obstáculos”. Flanquean la chimenea, de obra y con sutiles molduras, una consola y una librería acristalada de roble gris, ejemplo de los “pocos y escogidos” muebles de la vivienda.