Se enamoró de sus paredes de piedra, de sus techos de vigas, del camino que lleva a la casa... Diez años después, el amor de Marimen y su familia por esta masía sigue vivo.
Algunas noches, después de la cena, cuando ya no hay tareas urgentes que atender, la propietaria de esta antigua masía reformada se entretiene retocando la decoración. Le gusta ensayar pequeños cambios para hacerla aún más acogedora. Un jarrón con hiedra para el salón, un farolillo con una vela encendida para el dormitorio, recolocar los cojines y plaids de la zona de estar... Todos los rincones muestran su pasión por la decoración y por esta casa en la que Marimen, interiorista vocacional y propietaria, ha encontrado un paraíso particular que ha modelado con sabiduría.
Hace ya diez años que la compró, pero no deja de sentirse afortunada por poder disfrutarla junto a su familia. “Fue un amor a primera vista y llegó cuando llevábamos ya dos años de búsqueda. Hasta entonces, todas las casas que habíamos visto tenían algún inconveniente”. El recuerdo de aquella primera impresión sigue vivo en su memoria y seguramente nunca lo olvidará. “Era primavera. Para llegar a la casa tuvimos que atravesar un camino de piedra, con un hermoso paisaje de campos de trigo a cada lado. Sin haber visto aún la masía, solo por aquel recorrido, ya me la habría quedado”. A Marimen la conquistaron los muros de piedra, las vigas de madera... materiales tradicionales que se aliaban con el encanto especial que desprendían las diferentes estancias de la casa. “Se notaba que sus anteriores propietarios la habían cuidado mucho”.
Necesitaba, eso sí, algunas obras para actualizar las instalaciones y renovarla estéticamente. Por ejemplo, le faltaba luz. También era necesario reconvertir algunas estancias para hacerlas habitables. Y reclamaba un mobiliario más ajustado a su carácter antiguo y campestre. Para mejorarla, Marimen encargó la dirección de las obras a su propio hijo, Lluís Ferrer, con formación en arquitectura. Aunque todos los miembros de la familia –Enric, su marido, Alexandra y Lluís, sus hijos, y ella misma– participaron en la toma de decisiones a la hora de reformar la casa. Para llevarlas a cabo contrataron al constructor Josep Llobet, nacido en el pueblo. “Creo que él estaba tan enamorado de la casa como yo misma”, confiesa Marimen. Entre todos consensuaron abrir nuevos ventanales en el salón para tener vistas sobre los campos vecinos y disfrutar del paisaje también desde el interior. Se repicaron las paredes para dejar la piedra vista, se sustituyeron las antiguas vigas del salón, que empezaban a combarse. El viejo granero se convirtió en la habitación de los niños. Y en el antiguo establo, que no tenía suelo y se inundaba con cada tormenta, se ganó una amplia y acogedora suite, hoy el dormitorio principal. Las mejoras se extendieron también por el jardín. Se plantó una parra que hoy sombrea el rincón favorito de la propietaria, donde se inspira para escribir y crear arreglos florales. Se restauró el viejo pozo, se recuperó la antigua fuente.... y hoy Marimen se siente feliz por haber encontrado su paraíso.
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Así se limpian: paredes de piedra. El método menos abrasivo para respetar el color y el material es frotarlas con un cepillo de cerdas naturales humedecido en una solución de agua y jabón neutro. Si las manchas son resistentes añade un poco de amoníaco al agua con jabón. Frota la piedra con esta mezcla y aclárala con agua (no dejes el amoníaco mucho rato en contacto con la piedra). Existen numerosos productos específicos (a la venta en droguerías) para eliminar manchas puntuales, como los restos de cemento y óxido. Si las juntas entre piedras han perdido parte de la argamasa deberás reponerla antes de iniciar cualquier operación de limpieza.