Esta casa ha sido una de las mayores ilusiones de mi vida. Me encanta la montaña y toda la vida he ido al Valle de Arán a casa de mis padres. Pero imagínate, ya casada, y siendo seis hermanos, estábamos siempre ‘este fin de semana te toca a ti, el otro a mí...’, nos cuenta Icíar, su propietaria. Finalmente, ella y su marido compraron esta casa sobre plano y ahora disfrutan de ella todo el año.
La decoración de la casa ha sido obra suya, “con la ayuda de mi buena amiga Mercedes Álvarez de Toledo, que es decoradora”. Abierta no solo en temporada de esquí, sino también en verano, es el punto de reunión de la pareja y sus cuatro hijos. “Ellos se han ido haciendo mayores y esta casa se ha convertido en el único lugar donde cenamos todos juntos. ¡Los seis!”, añade Icíar.

Casa feliz
Así es la casa ideal para vivir en pareja
La casa tiene el sello inconfundible de los refugios de montaña. Techos abuhardillados de madera de pino, una acogedora chimenea de piedra vista, mullidas alfombras y moquetas de lana... Sin embargo, hay algo que la distingue, y es el uso del blanco en toda su gama. “Me encanta el blanco –las paredes originales estaban pintadas de amarillo–. El blanco es limpio y luminoso. Es el color de la nieve y le da un aire como de casa sueca”.
"Cuando se planteó la decoración, Icíar tenía claro que quería una casa práctica, acogedora y muy vivida. Por eso mezcló sin miedo muebles de líneas modernas con piezas antiguas”. Todo muy coordinado, pero la pregunta es... ¿cómo se las ha arreglado durante diez años, con cuatro niños y moqueta blanca en la escalera y en todas las habitaciones? “En eso soy inflexible: está prohibido entrar con zapatos. Por eso tengo en la entrada esta cesta con pantuflas, para que la gente se las ponga al entrar. Nosotros solemos andar siempre con calcetines. Es gustoso caminar descalzo sobre la moqueta de lana”, añade Icíar. La practicidad de la casa se hace evidente en muchos detalles. El suelo, de madera de pino blanqueado con un tratamiento especial antimanchas, unifica el espacio compartido por el salón y el comedor. La blancura es el denominador común. Pero no es un blanco “impoluto”, sino que tiene una suave pátina. Si una se fija en las sillas del comedor, descubre que su estructura de hierro fue pintada y posteriormente lijada para “envejecerla”. Sobre la mesa rústica, sorprende la lámpara de techo. Icíar nos confiesa que: “tiene sus detractores, no creas. A mí me encanta por las bolas, porque son como copos de nieve. Y la luz se puede graduar, creando atmósferas diferentes”.
El suelo, de madera de pino blanqueado con un tratamiento especial antimanchas, unifica el espacio compartido por el salón y el comedor.
En la segunda planta de la casa descubrimos los dormitorios de los dos chicos y las dos chicas (el de Icíar está en la planta baja). Cada dormitorio tiene su baño, aunque el de los chicos es un espacio robado al estar, que antes era más amplio. “Esta zona era el ‘pequeño salón’ de los niños pero al hacerse mayores, pedí al carpintero que creara una mansarda –una buhardilla– para dar una planta más a la casa. Aquí he hecho una especie de chill out donde mis hijos disfrutan viendo la tele, escuchando música o estudiando, o donde duermen sus amigos cuando los invitan”. A él se accede por una escalera de barco que se apoya sobre la barandilla.

CASA EN LA MONTAÑA
Operación pies descalzos
Las paredes de la casa, forradas de madera, eran originalmente del mismo color de la madera natural del pino de los techos, pero se han pintado también de blanco. Una idea sencilla que regala amplitud a todos los espacios. Por todas esas mismas paredes vamos descubriendo fotografías en blanco y negro, con algún que otro toque de color. “Me gustan mucho las fotografías en blanco y negro. La mayoría de las que tengo en casa son paisajes. La del comedor es mía. La hice un día que vine a ver las obras y cayó una nevada tremenda sobre un paisaje dorado totalmente otoñal... ¡Había que inmortalizar tanta belleza! También hay fotos de mis hijos esquiando, como las del estar, que pasé a blanco y negro, dejando sus anoraks en color”, nos cuenta la dueña.
La luz entra por las numerosas ventanas de la casa, cubiertas por finos linos sujetados con varillas. “Me gusta el lino. Es ligero y deja pasar la luz. De hecho, en la misma entrada de la casa he colocado una ligera cortina de hilo solo para dar más intimidad al salón y no estar tan ‘expuestos’ cada vez que entra alguien”.

PARA TODO EL AÑO
Un mirador sobre el Pirineo
Nos vamos con la sensación de haber estado en una casa diferente al resto de refugios de montaña. Abierta casi todo el año, es acogedora y tan blanca... “Lo que yo quería de esta casa es que, cada vez que entrara, me dijera a mí misma: ‘cómo me gusta este lugar’. Y tengo que reconocerlo: después de diez años, aún me emociono al entrar”.