Su propietaria está tan ligada al Empordà como la misma casa. “Veraneo aquí desde que tenía cuatro años. Me encanta el ambiente del pueblo, el paisaje... Cuando me casé, mi marido –que también venía aquí desde hacía años– y yo seguimos pasando los veranos y muchos fines de semana en la masía de mis padres”. Pero, de repente, algo cambió.
Dos casas comunicadas
Cuando la familia se amplió con la parejita, empezaron a necesitar más espacio y entonces decidieron poner en práctica aquello de “juntos pero no revueltos”. Con esta idea convirtieron la caballeriza, ubicada junto a la masía, en su segunda residencia. Ahora, los niños pueden ir a casa de los abuelos sin salir a la calle, y viceversa, por la zona comunicada del jardín, creada de la forma más sencilla: “Plantamos setos de laurel y abrimos un paso entre ellos”.
Una reforma para ganar luz
Hacer de la caballeriza una casa luminosa y confortable no fue tan fácil. “Era una nave robusta, con muros de piedra y vigas de hormigón. Para aligerar la visión de tanta piedra, añadimos un rejuntado de color claro, abrimos una claraboya en el techo y elegimos para el suelo una toba catalana más clara de lo habitual”. La chimenea, en el centro de la pared más larga, conecta el salón y el comedor. “Es un diseño minimalista de hierro para contrarrestar la piedra”. Su tamaño extragrande, como el de la mesa y la lámpara del comedor, armoniza con las grandes dimensiones del espacio.
Las ventanas dan ritmo tanto a la arquitectura exterior como a los interiores
Para llenar la nave de luz natural, abrieron un gran ventanal en lo que iba a ser el salón y más ventanas, distribuidas a pares, entre los contrafuertes de la fachada encargados de soportar la carga de la cubierta a dos aguas. “Las ventanas, además, le dieron ritmo al largo muro, que mide unos veinticinco metros”. Un carpintero artesano las remató en arco de carpanel, típico de la arquitectura ampurdanesa. “Luego pintamos las ventanas de un color verde oliva, parecido al de las paredes que, a su vez, combina con el gris verdoso del cemento pulido utilizado en los baños, como un reflejo del verde del jardín”.
Calidez campestre
La estructura diáfana permitió una distribución abierta en las zonas comunes, con un pasillo y un recibidor centrales que las separan de los tres dormitorios. Los cinco metros de altura de esta estructura ofrecieron otro privilegio: disfrutar de una media planta extra (sin necesidad de subir la cubierta), donde ubicar un dormitorio infantil y una sala de juegos. Para iluminar estos interiores hicieron falta focos técnicos en los techos, que la propietaria combinó con coquetas lámparas sobre sus muebles ampurdaneses “para dar calidez y reforzar su carácter campestre”. Cortinas de tela de saco, moquetas de algas, alfombras estampadas, motivos florales en vajillas y ropa de cama culminan el efecto. Con todos sus rincones para charlar y desconectar, en uno de los pueblos medievales mejor conservados de Cataluña, la casa siempre está llena de amigos. Y es que recibir una invitación de sus propietarios es una oferta irresistible.