Podría ser una casa más del Pirineo catalán de las que replican la misma estructura, los mismos materiales, los mismos detalles... Pero no. Esta vivienda es especial. Los propietarios son una pareja con cuatro hijos y ocho nietos que soñaban con una casa con espacios amplios y comunicados para pasar tiempo juntos aunque estuvieran haciendo actividades distintas.
“Cuando nos la dieron ya no pudimos irnos a pesar del tremendo frío que hacía porque estaba vacía, y ya pasamos la noche allí, con toda la ilusión del mundo”
Y cuando les mostraron los planos de lo que sería esa casa con la que soñaban... quisieron cambiarlos. Tuvieron la suerte de tener muy cerca a alguien que sabía perfectamente lo buscaban y podía conseguirlo: su hija, Paula Pujol Masana, arquitecta afincada en Panamá que colaboró con Francesc Padrós, responsable final de la obra. El equipo perfecto para que todo saliera como deseaban.
Creando espacios a su medida
Con tanta gente en casa, el mobiliario era clave: poco, relajado, pero con capacidad para muchos. Y para elegirlo bien, sumaron otra experta al equipo: Beatriz Wolf, interiorista de Cado Interiors. Que toda la casa fuera muy acogedora fue otro de los encargos que recibió Beatriz y para ello, el color verde grisáceo del papel pintado y la luz fueron fundamentales: “En la cocina, las luces puntuales son más cálidas y ayudan a trabajar mejor. Las elegimos de hierro para romper con la estética de la madera y dar un aire más rústico. Y en el comedor, colocamos bañadores de techo porque en casas de montaña es mucho más bonito un aplique que ilumine las vigas que un foco con luz muy directa”. Y la madera de roble, claro.
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CASAS DE MONTAÑA
Esta no es una casa rústica más