"Una ruina total en un entorno increíble”. Así describe la decoradora Isabel Peletier el aspecto que presentaba esta casa cuando la vio por primera vez. De hecho, no eran los restos de una casa, sino de un invernal: las cuadras donde en Cantabria el ganado pasaba los meses más fríos del año. Piedras caídas, vigas rotas y algún muro ciego... Se precisa de mucha imaginación y de igual talento para creer que de entre aquella amalgama de ruinas podría emerger una vivienda como la que hoy existe. Una casa tan acogedora como práctica, la cual, ante todo, se acomoda al paisaje que la rodea. Un entorno privilegiado, con un río vecino junto al que crecen los sauces, un prado cuajado de robles y avellanos y un jardín donde florecen hortensias asombrosas.
Al llevar a cabo la reforma, Isabel Peletier y Santiago Liniers sabían perfectamente que había que potenciar el paisaje, pero, a la vez, no inmiscuirse en él. Por ello apostaron por una casa discreta en la que la piedra original se saneó. Se conservaron también las vigas y se abrieron ventanas y claraboyas, llenándola así de luz de forma natural. “La casa, de hecho –cuenta Isabel– es prácticamente un gran salón, de doble altura, en el cual penetra la luz a través de una gran claraboya que abrimos en el techo”.
Tres habitaciones, con sus respectivos baños, y una cocina con office completan el espacio, en el que un blanco suave reviste paredes y techos para potenciar más aún la luminosidad. La decoración es espontánea: se aprovecharon muebles y alfombras que tenían los propietarios, mezclándolos con piezas de mercadillos y anticuarios locales. Sí que se confeccionaron cortinas y tapicerías, en telas intemporales, de algodón, que abrigan el salón y las habitaciones. Sus tonos azules y verdes son un recordatorio de la presencia del mar a pocos kilómetros y del privilegiado campo circundante.