Era una casa antigua, construida en el siglo XVIII, en un pueblo medieval a los pies del macizo de Les Gavarres. Y los dos, la casa y su ubicación, conquistaron el corazón de su propietaria, una profesora de arte de Barcelona, que se enamoró de la casa nada más verla, y la convirtió en su proyecto más personal.
Primero buscó a conciencia los mejores profesionales para rehabilitarla. El interiorista Antonio Pérez Mani y los arquitectos Oriol Roselló y Mònica Alcindor se encargaron de la reforma. La tarea de transformar una casa tan antigua, con establo y granero, no era sencilla, pero el resultado es espectacular y también sorprendente. Porque, ¿quién diría que el patio interior no existía antes de la reforma? ¿Quién puede imaginar, que el porche mirador de la planta superior fue construido desde cero? El secreto del éxito se debe, al respeto por el pasado y al uso de revestimientos y materiales reciclados.
Los dos espacios exteriores nuevos se construyeron para garantizar la ventilación natural y para llevar la luz al interior. Los suelos de la planta baja, donde se ubicaba el establo y que ahora ocupan los espacios comunes, se rebajaron para aumentar la altura de los techos. Y, como en toda la vivienda, se pavimentaron con barro manual procedente de derribos.
El aspecto tradicional de la casa se potenció con muebles y objetos de madera, de anticuarios. También hay diseños de forja, para el patio, y baldosas esmaltadas recuperadas en la cocina, hornacinas en las paredes, puertas sin marco y grandes porticones antiguos.
Y la decoración, que mezcla antigüedades y piezas provenzales con muebles actuales y de obra, aporta a la casa un estilo romántico actualizado.